Hasta la Primera Guerra Mundial en 1914, todavía existía el señorío de declarar la guerra cuando dos naciones decidían pelearse. No hacerlo se lo miraba como algo sucio, cobarde. Austria-Hungría le declaró la guerra a Serbia, Rusia a Austria-Hungría, Alemania a Rusia, Francia e Inglaterra a Alemania, más tarde Estados Unidos se la declaró al Reich, y así sucesivamente se produjo la gran conflagración que costó la vida de más de 10 millones de personas.
Dos décadas más tarde, en la Segunda Guerra Mundial, la dignidad señorial se extinguió por completo, cuando el ejército alemán invadió, sin aviso previo, a Polonia, en septiembre de 1939 y luego a la URSS en junio de 1941 con la operación “Barbarroja”, pese a que Inglaterra y Francia le habían declarado abiertamente la guerra a Hitler. Los alemanes tomaron casi toda Europa sin ocuparse de gentilezas de ninguna especie, lanzando su “blitzkrieg” y arrasándolo todo.
Sucedió lo mismo en diciembre de 1941 cuando la flota japonesa con sus portaaviones se aproximó, sin ser descubierta, hasta las cercanías de la mayor base naval de los Estados Unidos en Pearl Harbour y lanzó sus aviones cazas y torpederos para hundir, en un domingo fatal, a gran parte de la flota norteamericana en el Pacífico, cuando, el mismo día, el embajador japonés en Washington taimadamente gestionaba unas relaciones amistosas con los estadounidenses.
En estos tiempos las declaratorias de guerra han pasado a la historia. Los misiles, drones y cazas supersónicos pueden acabar con los enemigos en horas o días. Los “panzer”, “Stukas”, “V-1” y “V-2”, submarinos, y hasta los primeros aviones cazas a reacción germana, son, ahora, juguetes para las potencias. Igualmente, los cazas “Cero” nipones.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
¿Quién en estos años de armas sofisticadas y letales va a declarar una guerra? Más se demoraría en terminar de leer la declaratoria de guerra en el Congreso, que cayera un misil enemigo en su techo. Antes, todavía durante la guerra del 14, la infantería y caballería eran la carne de cañón que se la enviaba al frente para ocupar territorio. La guerra de trincheras en Francia resultó una matanza de cientos de miles de ingleses, franceses y alemanes, porque todavía la posesión militar definía la propiedad de la tierra conquistada.
Hemos visto que en este siglo XXI las guerras se ganan desde el aire. La ocupación viene después cuando el territorio adversario ha perdido o menguado su capacidad militar de defenderse. Desde el cielo aparecen como rayos aviones invisibles que disparan con un 99% de certeza. Hay también aviones sin piloto que atacan guiados desde una oficina del Pentágono en USA. La infantería solo entra en territorio enemigo para limpiar la zona en disputa.
“Hamas” atacó a Israel sorpresivamente desde Gaza, matando a más de mil personas y llevándose como rehenes a mucha gente. Israel contestó desde el aire y luego con blindados, destruyendo Gaza, como una respuesta. Pero el peligro latente es Irán, el núcleo de la lucha contra Israel. La terrible dictadura de los “ayatholas” que amenazan con la bomba atómica.
El peligro nuclear en manos de una tiranía tenía tan preocupados a los norteamericanos como a los hebreos. Entonces Trump ordenó la operación “Martillo de Medianoche”, sin declarar la guerra obviamente, y lanzó sobre las instalaciones nucleares iraníes, que se encuentran en profundos bunkers, a sus naves B-2 con bombas anti-búnker de 13 mil kilos de explosivos. Imaginamos cuáles habrán sido los resultados, aunque Irán ha negado que el éxito del bombardeo haya sido pleno. Ahora, el problema es que la guerra se extienda por todo el Medio Oriente y más allá, produciendo tragedias que no se pueden medir. Claro que Trump, como un árbitro de fútbol, ha dicho que tanto Israel como Irán tienen que desarmarse y moderarse o les va a sacar tarjeta roja. Es un asunto difícil, pero ojalá que llegue la paz en esa región tan riesgosa para el mundo.