¿Transición ideológica en Bolivia?


Del nacionalismo autoritario hacia una democracia liberal incipiente

José Luis Galvez

Investigador Social



Bolivia atraviesa una profunda crisis política, económica y social, especialmente tras 2019, marcada por la incertidumbre institucional, la fragmentación partidaria y la deslegitimación de los liderazgos tradicionales.

En este contexto, surge la hipótesis de una posible transición ideológica: del nacionalismo autoritario que ha predominado desde 2006 bajo la hegemonía del MAS, hacia una forma incipiente de democracia liberal. Este artículo analiza críticamente dicha hipótesis a través de una comparación conceptual entre ambos modelos, una revisión del contexto histórico boliviano y la evaluación de indicadores que permitan validarla o refutarla. La conclusión sugiere que, más que una transición consolidada, Bolivia atraviesa una fase de disputa ideológica abierta, sin un nuevo consenso hegemónico claro, pero con una ciudadanía que comienza a mirar hacia un horizonte de mayor libertad económica.

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El nacionalismo liberal, que en el caso boliviano se ha presentado con un alto componente autoritario, surge como una corriente del siglo XIX, que buscaba consolidar Estados-nación soberanos, bajo principios de libertad económica y autonomía frente a potencias extranjeras. En su versión latinoamericana, este modelo fue adoptado por élites modernizadoras que priorizaron el desarrollo del Estado sobre la inclusión social. En Bolivia, este ideario pervive reformulado en el discurso del MAS, que combina soberanismo, proteccionismo, una retórica antiimperialista y una impronta autoritaria.

Por su parte, la democracia liberal se basa en los principios de pluralismo político, derechos individuales, Estado de derecho y equilibrio institucional. Su legitimidad se sustenta en la deliberación, la competencia electoral y la independencia de poderes. En el caso boliviano, este modelo ha tenido expresiones más débiles, asociadas al periodo de transición democrática entre 1982 y 2005, pero sin lograr consolidarse.

Como contexto histórico y bajo este enfoque de análisis, tenemos que reconocer al menos cuatro ciclos o periodos claramente identificables:

  • 1952-1985: Nacionalismo Revolucionario con fuerte componente autoritario pero inclusivo en términos sociales. El MNR establece el paradigma del Estado desarrollista.
  • 1985-2005: Período neoliberal: apertura económica, tecnocracia, pero deslegitimación popular y exclusión.
  • 2006-2019: Gobierno del MAS: nacionalismo popular con hegemonía discursiva y centralización del poder. Bonanza económica mediante exportación de recursos.
  • 2019-presente: Crisis de hegemonía del MAS, fragmentación política, debilitamiento institucional, emergencia de discursos alternativos.

¿Qué indicadores podríamos señalar de una posible transición ideológica?

Discurso político. El discurso dominante del MAS, basado en el antagonismo «pueblo vs. oligarquía», ha perdido eficacia. Mientras tanto, diversos actores apelan a la institucionalidad, el respeto a la ley y el pluralismo, introduciendo elementos del liberalismo político.

Demanda social. Sectores urbanos, juveniles, clases medias e incluso movimientos indígenas críticos exigen transparencia, renovación de liderazgos y fortalecimiento institucional. Esto sugiere una apertura a valores democrático-liberales.

Cultura política emergente. Se observa un crecimiento de la conciencia ciudadana respecto al valor de la democracia deliberativa, el respeto al disenso y la autonomía institucional. Pero ante todo, debido a la crisis económica que a juicio de la población es resultado del modelo económico impuesto por el MAS, los bolivianos han fijado su mirada en un horizonte de mayor libertad económica. Eso demuestra un análisis reciente de una encuesta nacional (urbana – rural) que permitió analizar dos dimensiones: la libertad económica y la libertad individual; en un esfuerzo por construir la tipología del Mapa de Nolan[i]. Es interesante corroborar el sentido dominantemente centrista de los bolivianos en ambas dimensiones. Vale decir, lo bolivianos tienden a preferir valores medios en todas las preguntas que permiten construir ambas dimensiones, ni exceso de control de parte del estado ni exceso de libertad en ambos aspectos.

Pero también queda en claro que hay diferencias internas según regiones y segmentos sociodemográficos. La población de las ciudades del eje troncal, más Tarija, Trinidad, es la que más apetece libertad económica.

En cambio, es en las provincias de todos los departamentos donde la población todavía se inclina, en un mayor grado, a permitir la intervención del estado en la economía. En particular, las provincias de La Paz y Oruro.

En cuanto a la tensión entre mayor libertad individual y/o mayor control de las libertades individuales por parte del estado, en general lo bolivianos están dispuestos a ceder, en algún grado, al control estatal, aunque no en demasía. Es interesante observar que es la población de la ciudad de La Paz la que menos disposición tiene a ceder su libertad individual al estado, mientras que la población de las provincias de ese mismo departamento y de la ciudad de Potosí están más dispuestas a ceder ante el estado (lo cual sugiere una mayor valoración del autoritarismo estatal en estas poblaciones como mecanismo de solución a la crisis multidimensional).

Estas manifestaciones actitudinales sugieren que hoy por hoy, la población boliviana se autoidentificaría como más cercana a la Democracia Liberal que al Nacionalismo Liberal de corte autoritario. Todos los estudios de la opinión pública dejan entrever que el MAS ha perdido su capacidad de articulación nacional y su hegemonía discursiva, que su relato antiimperialista y plebiscitario ya no moviliza como antes, y sus escisiones internas y contradicciones ideológicas (Arce vs. Evo vs. Andrónico) revelan agotamiento.

El conflicto entre Evo Morales y Luis Arce refleja una fractura interna que socava la narrativa unificada del llamado proceso de cambio. Esta tensión abre espacio a nuevas formas de legitimidad política.

Pero hay claros contraargumentos muy válidos para cuestionar la transición analizada. Por ejemplo, la persistencia del aparato autoritario. Las instituciones siguen capturadas o debilitadas: el sistema judicial carece de independencia, la Asamblea Legislativa está paralizado y los órganos electorales (como los procesos que lideran) están en crisis de legitimidad.

También es notoria la ausencia de liderazgos democrático-liberales consolidados. No existe una figura política con capacidad de articular un nuevo bloque histórico desde valores democráticos liberales. La oposición está fragmentada y a menudo reproduce lógicas patrimonialistas.

Además denota a todas luces una cultura política polarizada. La desconfianza, el caudillismo y el voto reactivo siguen predominando. No hay una institucionalización del pluralismo como valor compartido.

Por lo tanto, hay que reconocer los riesgos de nuevos autoritarismos. La crisis podría ser aprovechada por nuevas formas de autoritarismo: militarismo, liderazgos conservadores o populismos reactivos.

En conclusión, la hipótesis de una transición ideológica en Bolivia, desde un nacionalismo liberal autoritario hacia una democracia liberal incipiente, encuentra algunos indicadores parciales que la sostienen: cambio discursivo, demandas sociales emergentes y fractura de la hegemonía oficialista. Sin embargo, también persisten estructuras, culturas y lógicas de poder que impiden consolidar una democracia liberal plena. Más que una transición consumada, Bolivia vive hoy una disputa ideológica abierta, cuyo desenlace dependerá de la capacidad de los actores democráticos para articular un nuevo proyecto nacional incluyente, pluralista y basado en reglas claras.

Bolivia parece estar en un interregno, donde: “Lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer” (Gramsci). Por ahora, sólo podríamos decir que no hay un tránsito directo, sino una disputa por el futuro entre: El nacionalismo autoritario agotado pero resistente (el MAS y sus mutaciones), versus, una democracia liberal incipiente pero débil (ciudadanía crítica, oposición fragmentada, institucionalidad en crisis).

La crisis del nacionalismo populista no garantiza por sí misma el nacimiento de una democracia liberal. Pero la apertura de fisuras en su hegemonía ofrece una ventana histórica que los sectores democráticos deben saber aprovechar antes de que el vacío sea ocupado por nuevas formas de autoritarismo.

El análisis se realizó a partir de un estudio nacional de encuestas en los 9 departamentos que llegó a 97 localidades urbanas y rurales entre el 7 y 14 de junio de 2025, financiado por el Grupo El Deber.