Propuestas, no gritos: un foro vicepresidencial que marca la diferencia


 

El reciente foro de candidatos a la vicepresidencia, organizado por la Plataforma por la Transparencia y la Honestidad, fue mucho más que un simple evento electoral. Fue una bocanada de aire fresco para una democracia que, en los últimos años, ha sido arrastrada por el lodo del griterío, la polarización y los debates que se han vuelto meros escenarios de ataques personales. Esta iniciativa, construida con el respaldo de 75 organizaciones de la sociedad civil y con el impulso de Fundación Jubileo y UNITAS, apostó por una lógica distinta: devolverle a la ciudadanía su rol central y, sobre todo, abrir un espacio donde las propuestas tuvieran más peso que las descalificaciones.



Tuve el privilegio de ser parte de ese proceso como analista económico, representando a la Mesa de Economía, una articulación ciudadana que durante más de un año ha venido trabajando con seriedad y profundidad para proponer salidas a la crisis económica del país. Desde esa experiencia colectiva, pude llevar al foro las preocupaciones acumuladas, las consultas técnicas y las inquietudes que surgen no desde un escritorio, sino desde la realidad misma de una sociedad que exige respuestas claras y sostenibles.

Uno de los aspectos más valiosos del foro fue su metodología. Lejos del formato tradicional en el que a cada candidato se le hace una pregunta distinta, a veces diseñada para favorecer o incomodar según el caso, aquí se establecieron tres grandes preguntas, iguales para todos. Ese pequeño gran detalle cambió radicalmente la dinámica del encuentro: todos los aspirantes fueron medidos con la misma vara, sin privilegios temáticos ni zonas de confort. Esa igualdad de condiciones permitió una verdadera comparación entre visiones, diagnósticos y planes de acción. La ciudadanía pudo observar con claridad quién tiene una propuesta sólida, quién se aferra a generalidades y quién simplemente no tiene una respuesta concreta para los desafíos del país.

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Lo que más me impactó fue comprobar que cuando no hay espacio para el ataque, las ideas florecen. Las respuestas, aunque en algunos casos vagas, llegaron. Pero lo más importante es que no hubo tiempo ni excusa para desviar la atención hacia el pasado, ni para apuntar al contrincante con el dedo acusador. El foro nos mostró que sí es posible tener una conversación seria con candidatos sin caer en la pelea, sin necesidad de convertir el debate en un espectáculo. Fue una lección de que la política puede (y debe) estar a la altura de los problemas que enfrenta Bolivia.

Las preguntas que se plantearon no surgieron de un grupo cerrado de técnicos o asesores políticos. Nacieron desde la sociedad civil organizada, desde personas que viven y piensan el país desde distintos ángulos. Y los analistas que estuvimos presentes, también venimos de ese tejido. Tuve el honor de compartir la mesa con dos referentes del análisis económico nacional: Claudia Pacheco y Raúl Velásquez. Estar a su lado fue un reto y un aprendizaje constante. La exigencia que ellos pusieron a cada respuesta, el ojo crítico con el que examinaron cada propuesta, y la capacidad de ir al fondo de los temas, hicieron de este foro un espacio realmente nutritivo para el debate público.

Pudimos repreguntar, pedir aclaraciones, señalar omisiones. Y los candidatos respondieron. Algunos mejor que otros, claro está. Pero todos comprendieron que no estaban en un set televisivo buscando viralizar una frase, sino frente a un auditorio que escuchaba con atención y esperaba argumentos. Alguno mostró los dientes, es cierto, pero ninguno desperdició el tiempo en insultar a otro. El tono fue distinto, y eso es ya una victoria.

Este foro también demostró que cuando la conversación se construye sobre el logos (la razón), el ethos (la credibilidad) y el pathos (la conexión emocional honesta), la política se vuelve verdaderamente democrática. El mérito de esto fue también del moderador, el periodista Tuffí Aré, cuya experiencia y temple ayudaron a que el debate se mantuviera dentro de los márgenes del respeto, la claridad y la profundidad.

La experiencia me dejó una sensación de esperanza. Las respuestas de los candidatos, aunque incompletas en algunos casos, dejaron preguntas nuevas. Pero eso es bueno. No estamos buscando recetas mágicas, sino capacidad de análisis, voluntad de diálogo y disposición para construir salidas compartidas. En ese sentido, este foro no cerró nada, sino que abrió el tipo de conversaciones que el país necesita con urgencia.

Ver a la ciudadanía participando como actor protagónico, a los analistas exigiendo respuestas, y a los candidatos respondiendo con propuestas y no con gritos, fue profundamente alentador. Porque en estos espacios gana quien responde con seriedad, no quien domina el arte del espectáculo. Gana quien explica cómo estabilizar el tipo de cambio o reducir el déficit, no quien lanza frases huecas o eslóganes pegajosos.

Ojalá estos aprendizajes no se pierdan. Ojalá no sea una excepción. La Plataforma por la Transparencia y la Honestidad ya tiene planificados otros tres foros: uno sobre la crisis ambiental, otro sobre la problemática social y un último, crucial, sobre la reforma política e institucional. Los protagonistas serán otros, los analistas también. Pero el espíritu debe ser el mismo: que gane la propuesta, que hable la razón, que la ciudadanía no sea un público pasivo, sino un actor activo.

Estaré atento a estos nuevos encuentros. Porque este foro no fue solo un ejercicio democrático, fue una señal de que la política puede volver a estar al servicio de la sociedad, y no al revés. Y si seguimos construyendo espacios donde hablar de ideas sea más importante que levantar la voz, entonces aún hay esperanza para Bolivia.

 

 

Por Misael Poper