En los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, una de las enseñanzas que podemos recoger del maestro florentino es que, una vez ganado el desprecio de la población y habiendo caído en el ridículo, es imposible salir de esa percepción. Debemos recordar también que, con su agudeza, dio a conocer con diversos ejemplos que, tras dos gobernantes fuertes y un tercero débil, la ciudad, el principado o la república corren grave riesgo.
En el caso boliviano, dos ejemplos de ello los vemos día a día: la inoperancia y la falta de decisiones del presidente Luis Arce, y el carácter vulgar del alcalde Iván Arias. Ambos representan con claridad lo que no debe hacer un gobernante, aunque los separa una mínima diferencia: el primero comparece muy poco en los medios de comunicación y en las redes sociales; el segundo no se cansa de hacer de saltimbanqui por todos los medios posibles, pasando la mayor parte de su tiempo en las calles y no en su despacho, donde debería estar trabajando.
En una reveladora entrevista concedida a la Red Erbol, el alcalde paceño sufrió un ataque de realidad: descubrió la diferencia entre la epistéme y la dóxa. Gobernar no había sido tan fácil como opinar, y declaró casi acongojado: “Había sido fregado esto, por no decir jodido”. Al igual que Cola di Rienzo, quien creía tener la capacidad de refundar la vieja república romana, su política era pura declamación y literatura.
El desastre inminente de Roma se tejía cada día, del mismo modo que en La Paz el abandono se puede apreciar en cada calle, más allá de los discursos o del circo que armaba sin éxito para distraer a la población. Los gobernantes suelen pensar que la ciudadanía no se da cuenta de lo que ocurre a su alrededor. En el caso de Roma, la anomia y el pillaje se convirtieron en moneda corriente, sin ley ni orden. En el caso paceño, la ausencia de autoridad y de gobierno municipal son evidentes y forman parte del modelo de gestión de Arias, teniendo como norte las construcciones fuera de norma, como los icónicos edificios de Las Loritas.
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La trama de corrupción no se limita a la baja del comunicado que informaba a la población sobre Las Loritas, sino que incluye también el gran negociado de la publicidad urbana, el gasto de medio millón de euros en una ciclovía que nadie utiliza, un letrero tipo Hollywood de más de dos millones de bolivianos, y las verbenas que no pueden faltar para el divertimento del alcalde, o su ridícula excursión a vender marraquetas en la Fexpocruz con un innumerable séquito. Pareciera no importarle que la avenida Del Poeta esté cerrada desde hace meses, que la calle Abdón Saavedra no se haya concluido tras más de quinientos días, o que la falta de prevención de riesgos y la nula fiscalización territorial hayan generado escenarios dantescos como el de Bajo Llojeta o los desbordes de ríos en Irpavi y Achumani, sin olvidar el uso del “botellómetro” para medir el movimiento de tierras.
Debemos recordar también agencias municipales que poco o nada han hecho: cerraron la Agencia Municipal de Cooperación, que cumplía una labor fundamental en gestiones anteriores para captar recursos destinados a la prevención de riesgos y obras como los Barrios de Verdad; y crearon la Agencia Municipal del Bicentenario, presentada con pompa y boato, pero que hasta el día de hoy no ha realizado ninguna actividad, pese a que de los doscientos años de independencia del país, ciento veinticinco se forjaron desde La Paz.
En casi cinco años de gestión, Arias y sus conmilitones han despilfarrado alrededor de ocho mil millones de bolivianos, de los cuales más de dos mil quinientos millones se han destinado a salarios, y más de cuatrocientos millones al pago de deudas, superando en más de treinta millones las deudas heredadas de la anterior gestión. La Paz está gobernada por la inoperancia, la incapacidad, la ineficiencia y la ineficacia. Por suerte para los paceños, la gestión de Arias se acaba, y no tiene ninguna posibilidad de ser reelecto. Ya se van.