El arte, una máquina de construcción de la humanidad


Durante siglos, el arte fue elevado a los altares del genio, la inspiración divina o el tormento. Hoy, la neurociencia y la antropología lo devuelven a la tierra: la ficción no es un lujo, sino una estrategia de supervivencia. Una forma radical de entender al otro. Y, sobre todo, de entendernos a nosotros mismos.

Fuente: Ideas Textuales



En algún rincón del sur de Francia, hace más de cuarenta mil años, un ser humano se internó en una caverna y dibujó el primer mural de la historia. No sabemos si tenía frío o miedo. No sabemos si lo hacía para los dioses, para su clan, para sí mismo. Lo que sí sabemos, gracias a la arqueología y la neurociencia, es que ese gesto fue mucha más que una marca personal. Fue una invención que cambió la forma de ver del mundo.

Hoy la ciencia ha confirmado lo que la antropología lleva décadas sosteniendo. El arte y la ficción no son meras distracciones, sino parte de nuestra evolución. Son un modo de ordenar el caos, forman parte de esa maquinaria simbólica que nos vuelve humanos. Como sostiene el neurocientífico Mario de la Piedra Walter en una muy buena entrevista publicada en la revista Ethic, al trazar las conexiones entre arte, genialidad y cerebro, “cuando un grupo de Homo sapiens dibujó por primera vez sobre una cueva, accionó una capacidad mental sin precedentes”.

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La literatura, el cine, el teatro, incluso los videojuegos, funcionan como laboratorios emocionales. Nuestras neuronas espejo se activan al leer una novela con la misma intensidad con la que lo harían frente a un drama real. Nuestro cerebro no distingue del todo entre ficción y vida. Lo vivido y lo leído comparten ruta neuronal.

La ficción deviene en una forma de representación que permite experimentar, sin daño real, el dolor ajeno, la derrota, el deseo, la pérdida. Es lo que Jorge Volpi llama “el arte de vivir otras vidas”, una pedagogía empática tejida con palabras. Para los antiguos griegos, esa capacidad de representar lo real la llamaban mímesis.  Que constituía una forma de reflexión acerca de la realidad.

La ficción no es un espejo ni una ventana, es un mapa. Interpreta patrones, proyecta posibilidades, anticipa peligros. Por eso, lejos de ser mero pasatiempo, es un entrenamiento evolutivo. El arte nos permite ser otros y así volver a nosotros con nuevas preguntas.

Una de las mayores revelaciones de la neurociencia es que la ficción no se activa en una región aislada del cerebro, sino que convoca una sinfonía compleja de áreas: memoria, emoción, percepción, lenguaje. En palabras de Volpi: “El proceso mental que me anima a poseer una idea de ustedes, lectores míos, mis semejantes, es paralelo al mecanismo por medio del cual soy capaz de concebir a alguien inexistente y darle vida por medio de palabras”. Esa afirmación es tanto artística como biológica. Y es que la diferencia entre ficción y realidad, al menos para el cerebro, es más porosa de lo que creemos. La realidad es, en gran medida, una ficción sostenida por el arte.

El análisis cultural nos dice que los símbolos son la materia prima de la vida social. La neurociencia, con sus resonancias magnéticas y sus redes neuronales, viene a decirnos que también son la materia del pensamiento. No es aventurado afirmar que somos animales suspendidos en redes de significado. Redes que no brotan de la nada, se narran. Y cada relato, de la naturaleza que sea, aporta una hebra más al tejido de lo humano.

Contra los anuncios de la muerte de la imaginación humana a manos de la Inteligencia Artificial, la ficción sigue latiendo como una forma de conocimiento. Crear no es escapar. Es habitar mundos posibles. Puede que el arte no transforme el mundo, pero si al artista. Y éste puede llegar a cambiarlo.

Por Mauricio Jaime Goio.

Fuente: Ideas Textuales