Lo que oculta el mito


La historia de Leónidas y sus 300 espartanos ha sido repetida tantas veces que ya no parece una batalla, sino una religión. Pero cuando desmontamos el mito, lo que aparece no es la pérdida de un relato heroico, sino algo más valioso: la posibilidad de comprender cómo los pueblos transforman el miedo en memoria.

Fuente: Ideas Textuales



En la película «300» del año 2007, dirigida por Zack Snyder, con Gerard Butler de protagonista, hay una escena en que a Leónidas le informan que ha sido traicionado, que el ejército de Jerjes ha flanqueado su posición y que están perdidos. Esta batalla se acaba cuando yo diga que se acaba —responde Leónidas, con la calma de quien ya ha hecho las paces con la muerte. La escena condensa no solo una decisión bélica, sino el corazón de un mito que ha sobrevivido más de dos milenios. La idea de que resistir, incluso cuando todo está perdido, puede ser más trascendente que la victoria.

Durante siglos, la versión dominante de la batalla de las Termópilas ha orbitado en torno a la imagen de Leónidas y sus 300 espartanos, elevados casi al panteón de los semidioses por la retórica de Heródoto, el cine y la épica occidental. Sin embargo, en las últimas décadas, un giro historiográfico, alimentado por hallazgos arqueológicos, lecturas críticas de las fuentes clásicas y un necesario proceso de desmitificación, ha revelado una verdad más compleja y plural. En el paso de las Termópilas no combatieron solo 300 hombres, sino entre 5.000 y 7.000 soldados provenientes de diversas polis griega.

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Este cambio no solo amplía la escala del acontecimiento, sino que desmonta la estructura mítica que ha reducido una resistencia colectiva a una hazaña solitaria, invisibilizando a quienes compartieron el sacrificio, pero no la gloria.

El relato más conocido nos enseña que un rey llamado Leónidas, acompañado por 300 espartanos, se atrinchera en un desfiladero estrecho llamado Termópilas para contener el avance del ejército persa de Jerjes I. Luchan hasta el final, mueren todos, y con su muerte encienden la llama de la libertad helénica.

Heródoto, el gran narrador de la Antigüedad, dio forma al mito dejando solo lo esencial. Y lo esencial, para él, era la épica del pequeño que resiste al gigante. En esa fábula moral, los espartanos encarnan un ideal de virtud cívica. La entrega total a la ley de la polis, el coraje ante la muerte, la renuncia a lo individual en nombre de lo colectivo.

¿Por qué el mito sólo resalta el sacrificio de Leonidas y sus 300? ¿Por qué no los anónimos que también eligieron morir? ¿Por qué el cadáver de Leónidas en una estaca persa y no los invisibles que murieron sin nombre, sin estatua, sin epitafio? La historia olvidó al resto de los aproximadamente 7.000 hombres que tomaron parte en la batalla. O, mejor dicho, los borró. Porque el mito necesitaba simplicidad.

Los mitos cumplen una función estructurante. Organizan las contradicciones internas de una sociedad para hacerlas digeribles. Las Termópilas, desde ese punto de vista, es una solución simbólica a una tensión política profunda: la tensión entre la libertad individual y el deber colectivo. Entre el hombre que piensa y el ciudadano que obedece.

El espartano no tiene nombre. Es una figura repetida, un eco del otro. Todos son iguales —los homoioi— porque todos recibieron la misma educación, la agogé, diseñada para formar cuerpos obedientes, disciplinados, útiles a la polis. Ese anonimato los vuelve gloriosos. Pero también los deshumaniza.

El sacrificio de Leónidas, entonces, no es solo el de un rey en batalla. Es el de un pueblo que necesita fundar su historia en la sangre de sus mejores hombres. Como si la libertad futura solo pudiera nacer de una obediencia absoluta al presente. Como si para que haya Grecia, alguien tuviera que morir sin saber si su muerte tendrá sentido.

En cada época, las Termópilas fue resignificada. Se ha utilizado para legitimar el sentido del deber. Para hablar del heroísmo. Hollywood las convirtió en una coreografía de abdominales y violencia estética. Incluso la extrema derecha estadounidense tomó la frase Molon labe (“Ven y tómalas”) como símbolo de resistencia ante el Estado.

Releer el mito no implica destruirlo, sino comprenderlo mejor. Rescatar a los tespios, a los ilotas, a los soldados anónimos no es quitarle valor a Leónidas, sino devolverle humanidad. Porque un héroe que muere solo sirve al espectáculo. Un héroe que muere acompañado nos obliga a pensar en comunidad.

Por Mauricio Jaime Goio.

Fuente: Ideas Textuales