Al conmemorar los 200 años de independencia, Bolivia se encuentra ante una encrucijada histórica. Es momento no solo de celebrar, sino de reflexionar seriamente sobre el país que somos y el país que podríamos ser.
Bolivia ha sido bendecida con una geografía estratégica, una inmensa riqueza natural y una diversidad cultural que la distingue en el mundo. Desde la cordillera hasta las llanuras, el potencial del territorio es innegable. Sin embargo, ese potencial ha sido desaprovechado sistemáticamente en perjuicio de las grandes mayorías.
Las causas son conocidas: falta de visión, gestiones ineficientes, y en algunos casos, decisiones políticas que respondieron a intereses transnacionales en desmedro del interés nacional y el bien común. La historia de Bolivia está marcada por gobiernos que no estuvieron a la altura de las circunstancias, sin distinción ideológica.
En los últimos 20 años, el país tuvo una oportunidad extraordinaria de transformar su realidad, con ingresos históricos por exportaciones y una coyuntura internacional favorable. No obstante, los avances logrados no se tradujeron en un desarrollo estructural ni en un cambio sostenible. Al mismo tiempo, es justo señalar que los gobiernos anteriores tampoco lograron sentar bases sólidas para el crecimiento y la equidad.
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La oposición, por su parte, ha sido en muchos momentos funcional y carente de propuestas viables. No cumplió con su rol fundamental en una democracia: ejercer control, fiscalización y construir alternativas reales de poder.
Hoy, los principales candidatos a la presidencia tienen algo en común: todos han sido parte de gestiones anteriores. Han ocupado cargos clave como presidentes, vicepresidentes, ministros o alcaldes de capitales departamentales. Por eso, se espera de ellos algo más que promesas: se espera honestidad, autocrítica y la capacidad de aprender de sus propios errores.
Bolivia no puede permitirse seguir gobernada desde la improvisación ni desde el cálculo personal. Es hora de un sinceramiento político real, que anteponga el interés colectivo y el futuro del país.
Este Bicentenario debería marcar un nuevo punto de partida. Bolivia merece un lugar más digno en el escenario internacional, pero sobre todo, merece gobiernos que estén a la altura de las aspiraciones de sus más de 12 millones de habitantes, que anhelan una vida con justicia, progreso y dignidad.