Siempre recuerdo la ansiedad que causaba.
Paradito uno.
La voz temblorosa diciendo:
– Señor…¿puedo entrar con usted?
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Y luego…
Pasar por debajo de esa cosa que daba vueltas, para pegar un pique a la tribuna y disfrutar el partido. No pasábamos de los siete u ocho años. Eso sucedía en el tiempo en que era seguro para los niños ir al estadio. Era un placer, noche fresca de fútbol, después de un día normal de trabajo y los sábados y domingos a estadio lleno. Se veían familias, hinchas que sufrieron y se alegraron con sus equipos.
Y claro…
Los árbitros siendo el blanco de silbidos y al final del partido, todos en paz a casa. Eso fue antes, mucho antes de la aparición de las estúpidas “barras bravas”.
Hoy ya no.
Y todo porque algún vende papa o albañil que fue a trabajar a Buenos Aires, volvió un día con las malas mañas del fanático argentino.
Y ahí los ven.
Llegan en tropa, cantando, sin camisa, tatuados con cara de maleantes y oliendo a casco azul mezclado con yupi y la ya infaltable y maldita bolsita verde con coca. Mirada turbia, con un aire de superioridad absurdo en la tribuna. Cuelgan sus trapos sucios, esos que pomposamente llaman banderas e insultan al equipo rival.
Se adueñaron de una tribuna, “santuario” prohibido para alguien del equipo rival y que Dios lo salve si por “burro” algún hincha neutro lleva puesta una camiseta con el color “enemigo”. No inspiran respeto, producen miedo, porque si alguien les reclama su inapropiada conducta lo agarran a patadas.
Listo.
Hasta la policía les teme.
Ahí están…
Las malas copias de las mafias argentinas, y tan malas, que ni cánticos originales tienen.
Pero son tan vivos…
Que se volvieron parte de la mafia de los dirigentes. Apoyan o denigran a los diferentes directorios, según quien pague más. Se volvieron aliados abusivos de los políticos, para asistir en tropa a patear a quien convenga en paros o bloqueos. Se volvieron “grupos de choque”.
Nada gratis.
Y ahora…
Se dan el lujo de exigir resultados deportivos, presionan, amenazan y extorsionan a ciertos jugadores sin escrúpulos, para cantar o poner trapos a favor de ellos. Se entran a los campos de entrenamiento a insultar, y hasta agredir a futbolistas que según ellos, “no ponen huevos”.
Por eso y muchas estupideces más, el hincha respetuoso del fútbol ya no asiste al estadio. Porque saben, que lo más amable que escucharán sus niños es un estúpido estribillo que dice:
“Hola qué tal, hijo de p…te saluda tu papá “.
Ahí están…
Borrachos, mariguaneados, con los ojos rojos y en extasis eufórico, ahí están, confundiendo violencia con pasión deportiva. Son la vergüenza del fútbol, el lado oscuro de algo que fue noble, un juego que solo era un juego y que ellos convirtieron en una guerra, o un asunto de estado.
Y no falta…
La prensa y periodistas que les dan cobertura y los inflan, como si fueran algo positivo, y por supuesto, ahí están los culpables de esto:
Si señores.
Los directos culpable de esta situación son los dirigentes de clubes, esos que les dan entradas gratis o a un bajísimo precio a los inadaptados disfrazados de hinchas; para que hagan, lo que la gente ve que hacen.
Si hasta los usan, cuando quieren deshacerse de un técnico.
-“La hinchada lo pide”
-justifícan.
Hace poquito, en La Paz le quemaron la pierna a un jugador que trataba de tranquilizarlos.
En Montero, el alcalde les prohibió la entrada a unos por hacer desmanes, mientras los otros, se quejaban de un balazo a su micro.
En Oruro, alguien perdió un ojo hace años…
En fin…
La lista de delitos es larga y nadie le pone un freno.
¿Hasta cuando?
EL ESCRIBIDOR.