El precio del populismo y la crisis que el Bicentenario no puede ocultar


Al analizar el discurso del presidente Luis Arce en conmemoración del Bicentenario de Bolivia, resulta evidente que el gobierno está construyendo una narrativa para enmascarar la crisis económica que estamos viviendo las y los bolivianos. La retórica oficial dibuja un panorama de prosperidad, pero la evidencia histórica y los datos actuales sugieren que las políticas económicas del Movimiento al Socialismo (MAS) están llevando al país por un camino peligroso y ya conocido. La reciente publicación del informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), cuya demora alimentó sospechas de ocultamiento, valida las percepciones de una ciudadanía que ya vive la crisis en su día a día.

Un detalle revelador del discurso del presidente Arce es el tiempo dedicado a los saludos. Aunque tomar más de cinco minutos en esta formalidad, en el contexto del populismo es una táctica. Esta prolongada introducción actúa como una cortina de humo, una forma de dilatar el mensaje de fondo y generar un ambiente de comunidad que distrae al oyente de las preocupaciones económicas. Al nombrar a numerosas delegaciones y figuras, se crea la ilusión de un respaldo masivo y una red de poder consolidada, reforzando la idea de que el pueblo está unido y es protagonista. Como señala Ernesto Laclau (2005), la «producción discursiva del vacío» busca crear una identidad política cohesionada, y estos largos saludos construyen esa ilusión de consenso. Es un preámbulo que busca validar la posición del orador y su mensaje antes de abordar los puntos más complejos.

El populismo, en esencia, no es solo una estrategia política, sino también un modelo económico con consecuencias predecibles. Como explican Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards, estos gobiernos a menudo inician con «políticas fuertemente expansivas que ignoran las restricciones fiscales y externas». Estas políticas, que se manifiestan en «gastos excesivos y subsidios sin respaldo», pueden generar crecimiento a corto plazo, pero inevitablemente desembocan en «inflación, sobrevaluación y, en última instancia, una crisis».



El discurso de Arce es un reflejo perfecto de esta primera etapa. Se celebra la producción industrial y la soberanía económica como si fueran logros autosuficientes. Sin embargo, se omite el costo real de estas políticas, un costo que ahora el informe del FMI cuantifica con dureza. Según el FMI, el crecimiento real del PIB se desacelerará significativamente, cayendo del 3.1% en 2023 a un proyectado 1.1% en 2025. Más alarmante aún, el informe advierte que la inflación podría ascender al 15.1% en 2025, una cifra que representa «el nivel más alto en más de una década». La institución internacional también señala que el déficit fiscal superó el 10% del PIB en 2023-24 y que la deuda pública total se aproximará al 90% del PIB, cifras que demuestran el agotamiento de los márgenes fiscales. Este diagnóstico, que la Fundación Milenio (2024) ya había anticipado, desmantela la narrativa presidencial. A 200 años de la fundación de nuestra patria, este problema demuestra que el modelo económico boliviano no es un milagro, sino una continuidad de políticas históricamente insostenibles.

Lo más preocupante es que esta narrativa se utiliza para desviar la atención del verdadero origen de la crisis: las propias políticas gubernamentales. En este contexto, el enemigo que la retórica presidencial identifica (los intereses extranjeros o la oposición) es una distracción. La crisis económica no es el resultado de un sabotaje externo, sino la consecuencia directa de una gestión que ha gastado sin respaldo y ha subsidiado sin medir las consecuencias, un patrón clásico del populismo.

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El informe del FMI, si bien ofrece recomendaciones técnicas, subraya un problema aún más profundo: la viabilidad de cualquier proceso de estabilización depende de la capacidad de generar acuerdos políticos sólidos y duraderos.

El futuro de Bolivia no se construye con discursos que evaden la realidad, sino con políticas económicas sólidas y un debate honesto. Como señala Giovanni Sartori, «el populismo es una política de las ilusiones. Y una política de ilusiones no puede, sino generar, al final, frustraciones». El desafío que enfrenta Bolivia es la reconstrucción de la confianza y de los consensos mínimos. Con las próximas elecciones presidenciales, la ciudadanía tendrá la oportunidad de elegir a un gobierno que nos hable de frente y nos diga la verdad. No puede haber un camino hacia el futuro si la verdad se sacrifica para ganar popularidad. Sin verdad, no hay historia, ni Bicentenario que celebrar.

 

Por: Freddy Jhoel Bustillos Arraya

Politólogo y comunicador social