Sin ética no hay país: reconstruir Bolivia desde los cimientos morales


En Bolivia llevamos años hablando de crisis: crisis económica, crisis política, crisis judicial, crisis ambiental, crisis social. Pero hay una que raras veces se menciona con claridad, aunque lo contamina absolutamente todo: la crisis moral.

Sí, moral. No como una cuestión puramente religiosa o juicio de costumbres, sino como la pérdida del sentido ético que sostiene cualquier sociedad sana. Es esa sensación cada vez más extendida de que el Poder está por encima de la Ley, que la mentira es más útil que la verdad, que el oportunismo vale más que la dignidad, y que cada quien debe “arreglárselas” como pueda, incluso a costa de perjudicar al otro.



Lo vemos en las instituciones que han perdido toda legitimidad, en líderes que dicen una cosa y hacen otra, en la justicia que se prostituye ante la política, en los jóvenes que ya no creen en nada ni en nadie, y en ciudadanos que nos estamos acostumbrando al cinismo como forma de vida.

Pero también lo vemos en cosas pequeñas: en cómo normalizamos la trampa, el soborno, el uso de influencias. En cómo callamos cuando deberíamos hablar. En cómo aplaudimos a quien roba, siempre y cuando «sea de los nuestros».

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Esa es la verdadera enfermedad que corroe Bolivia. Y mientras no la enfrentemos, ninguna reforma económica, ninguna nueva Constitución, ningún cambio de gobierno será suficiente. Porque un país sin valores compartidos, sin confianza básica, sin respeto mutuo, no es una comunidad digna: es una tierra sin ley y un campo de batalla silencioso, que se autodestruye irremediablemente.

Entonces, ¿qué deberíamos hacer?

Primero, nombrar el problema con total honestidad. Decir sin miedo que tenemos una crisis moral colectiva. No para culpar al otro, sino para asumir que todos —desde el vecino hasta el ministro— estamos involucrados y somos responsables.

Segundo, comenzar a reconstruir nuestra sociedad desde abajo. Desde los hogares, las familias, las escuelas, las radios comunitarias, las iglesias, los sindicatos honestos, los clubes de barrio. No necesitamos esperar leyes nuevas. Podemos empezar ahora, preguntándonos: ¿qué valores morales debemos recuperar?

Tercero, exigir que los líderes den el ejemplo. Ya basta de premiar al que miente mejor o grita más fuerte. Es hora de reconocer a quienes hacen política con ética, aunque no salgan en titulares. Basta de tanta hipocresía generalizada.

Finalmente, si queremos un cambio real, debemos hacer de la ética una causa común. Así como se luchó por el voto, por el agua, por la dignidad indígena, hoy debemos luchar por el alma de nuestra sociedad. Y eso empieza por reconstruir la confianza, la verdad, el sentido del bien común.

Porque sin ética, no hay justicia.

Sin ética, no hay democracia.

Y sin ética, tarde o temprano, no habrá Bolivia.