De niño, en Uncía, Potosí, la palabra “limpiar” tenía otro sentido. No hablábamos de trapos ni detergentes. Decíamos “te voy a limpiar” en los trompos, en las cachinas, en las guerritas de barrio.
Era sinónimo de aniquilar, de borrar al otro. Después supe que la Real Academia Española también recoge esa acepción: “matar, liquidar, eliminar”.
Hoy esa palabra me vuelve a la cabeza para describir lo que pasa en plena campaña: la guerra sucia.
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Veamos
Los más vulnerables a la guerra sucia
1. Indecisos y volátiles: Son el 10–13%. Como no tienen el voto definido, cualquier golpe emocional puede empujarlos a abstenerse, votar nulo, o girar hacia el rival del atacado.
2. Electores con bajo nivel de información política: Algunos recién la semana pasada se enteraron que este domingo hay elecciones. Se guían más por percepciones rápidas que por programas. La guerra sucia les habla directo al estómago.
3. Voto blando: Quienes simpatizan con un candidato, pero sin convicción. Basta un ataque certero para sembrarles la duda. En cambio, el voto duro es casi inmune: ni con bomba atómica cambia.
El factor tiempo
En tres días no se derrumba una candidatura, pero sí se puede inclinar la balanza de los indecisos. Y el timing lo es todo: los ataques lanzados en el silencio electoral son más letales porque dejan poco margen de respuesta.
Antes y ahora
En tiempos sin redes sociales, difundir rumores era difícil: los periodistas, con sus defectos, funcionaban como guardianes mínimos de la verdad.
Hoy, en Facebook, TikTok o WhatsApp no hay filtros: un meme malicioso puede recorrer el país en horas.
Y si un candidato llega a la recta final con trayectoria frágil y credibilidad débil, la guerra sucia puede “limpiarlo” tan rápido como un trompo que deja de girar de golpe en medio del juego.
Entonces, la pregunta queda para este domingo:
¿Quién sobrevivirá a la guerra sucia y quién terminará “limpiado” por ella?
Andrés Gómez Vela