Cuando las urnas hablan


 

Primera parte: El proceso



 

La consulta nacional realizada ayer quedará en la memoria de los bolivianos como una de las más pacíficas y ordenadas de nuestra historia democrática. Fue una verdadera fiesta cívica: ciudadanos de todas las regiones acudieron a las urnas con un espíritu sereno y participativo, respirando la libertad que tantas veces se les negó bajo esquemas políticos impositivos. Incluso en zonas donde hubo llamados a anular el voto, la participación fue significativa. Después de dos décadas de coacciones y arbitrariedades, la jornada electoral se vivió como lo que debe ser: una celebración de la voluntad popular.

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Al inicio del proceso, se expresaron dudas sobre la conducta del Órgano Electoral y todavía persisten cuestionamientos acerca de la limpieza del Padrón y del empleo de instrumentos informáticos. Sin embargo, hay que destacar que no se han registrado denuncias que opaquen su labor. Mérito especial para su presidente, Óscar Hassenteufel, y para todos sus integrantes, que demostraron que la institucionalidad puede y debe imponerse a las presiones políticas.

Mención especial merece también la firmeza del Tribunal Supremo de Justicia, bajo la presidencia del Dr. Romer Saucedo Gómez, que frenó intentos de interferencia mediante demandas destinadas a desvirtuar o entorpecer el proceso. Su actitud garantizó que la voluntad ciudadana pudiera expresarse sin trabas, como corresponde en un Estado de derecho.

Los partidos políticos, en general, se ciñeron a las reglas del juego democrático. Sin embargo, la mancha de esta campaña fue el recrudecimiento de la guerra sucia. Los ataques rayaron en lo indecible, profanando fronteras éticas que ni la confrontación política más dura debería violar. La ofensiva se hundió en un lodazal vergonzoso, derribando las últimas barreras del decoro democrático. Fue, sin duda, una de las campañas más arteras de los últimos años, y sus efectos en el resultado final no pueden ser ignorados.

Los medios de comunicación cumplieron un rol central al difundir propuestas y organizar foros que permitieron al ciudadano contar con mayores elementos de juicio para tomar una decisión informada. No obstante, esa función se vio empañada por la parcialidad evidente de algunos, que se alinearon sin disimulo con determinados postulantes. Otros, incluso, degradaron el periodismo hasta convertirlo en trajín de mercenarios.

Las redes sociales, por su parte, han adquirido un peso determinante en la vida comunitaria contemporánea. En esta elección marcaron la diferencia: superaron en alcance e inmediatez a los medios tradicionales, aunque también multiplicaron la desinformación. El uso de audios y videos manipulados introdujo un ingrediente nuevo y preocupante a la ya tóxica guerra sucia.

Otro capítulo polémico lo escribieron las encuestas de opinión. Las diferencias entre sus pronósticos y el resultado final han desatado críticas y hasta pedidos de sanciones. Sin embargo, todas coincidieron en algo que fue subestimado: advirtieron sobre un altísimo porcentaje de votos blancos, nulos o indecisos, que se movía entre el 30 y 40% del total. Los votantes, lejos de detenerse en este fenómeno, se concentraron en la competencia entre candidatos, y las empresas encuestadoras perdieron la oportunidad de investigar, de profundizar el análisis de los motivos y explorar las causas que llevaron a la desafección política de un tercio del electorado. Eso es una omisión que se les puede reprochar, pues o no lo hicieron o no lo difundieron.

En el terreno de los resultados, cuatro hechos dominan la escena: la disolución práctica del MAS y de sus facciones, castigadas por la ciudadanía tras años de despilfarro y corrupción; el sorprendente triunfo de Rodrigo Paz, que rompió todos los pronósticos; la consolidación de Jorge “Tuto” Quiroga como líder y figura política, tras haber quedado relegado en 2020; y el estrepitoso desplome de Samuel Doria Medina, quien pasó de liderar preferencias a sufrir un retroceso monumental en las urnas.

Estos resultados merecen un análisis específico, que será objeto de un artículo aparte. Por ahora, basta con destacar que lo acontecido expresa la voluntad del pueblo y desear que, al término de la batalla, se logre la necesaria reconciliación que permita un gobierno vigoroso y eficiente.

La jornada electoral de ayer dejó una lección clara: la democracia vive cuando el ciudadano participa. El pueblo boliviano, con serenidad y firmeza, abrió una puerta a la esperanza. No fue sólo el acto de votar; fue la recuperación de un derecho esencial y la reafirmación de que el poder no pertenece a caudillos ni partidos, sino al pueblo soberano.

Que esta consulta sea recordada como el inicio de un nuevo ciclo: el de la reconstrucción de la República sobre sus valores esenciales de libertad, justicia, respeto y solidaridad. El desafío apenas comienza, pero la voluntad ciudadana ya mostró el camino.