El admirado príncipe de Benevento decía que “En política cualquier innovación es traición”. No importa que sea un ajuste menor o un cambio profundo, siempre activa las alarmas. Llega Rodrigo Paz, conquista el voto que durante veinte años fue patrimonio del MAS, hace lo que los candidatos eternos no supieron hacer, y en lugar de reconocer el mérito, se le cae encima la sospecha. Traidor, vendido, infiltrado, caballo de Troya. Creo que se entiende, porque estamos asustados y nos programaron para desconfiar.
El problema no es él, somos nosotros. Llevamos dos décadas con el cerebro entrenado para ver fantasmas en cada esquina. Tanto daño nos hizo el masismo que, cuando alguien se atreve a mover el tablero, lo primero que pensamos es que algo turbio hay detrás. Tenemos síndrome de Estocolmo, nos vinieron a rescatar, pero preferimos quedarnos abrazados al captor porque lo nuevo asusta. Convivir con el secuestro se volvió costumbre y es nuestra zona de confort.
Rodrigo no es el salvador, no es un político nuevo, es un candidato presidencial emergente, que entendió que la única forma de ganarle al neocomunismo era conquistando el voto que lo mantenía vivo. Durante veinte años, analistas cotidianos y de profesión repitieron el mantra de que “para ganarle al MAS había que conquistar su voto”. Pues bien, llega alguien, lo hace, y lo primero que hacemos es acusarlo de traidor. Y lo peor es que lo hacemos pasando por alto, que ni siquiera pudo llenar listas de diputados en lugares donde terminó ganando. Si eso no es un indicio de cambio real, no sé qué más necesitan para entenderlo.
El MAS perdió. El neocomunismo perdió. Y, sin embargo, aquí estamos buscando teorías de conspiración, inventando pactos ocultos, viendo fantasmas que solo existen en nuestra paranoia.
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Paz, con todos sus aciertos y errores, está ocupando un espacio que nadie más se atrevió a disputar, caminó Bolivia, hablo con la gente, hizo política pura y dura. Se entiende que el que te saca de la zona de confort es el enemigo natural de tu cerebro, pero si no nos sacudimos este miedo al cambio, estamos condenados a caer en el bucle del tiempo. Y cuando eso pase, ya no será por culpa del MAS ni de sus fantasmas, sino por la incapacidad de ver que la traición solo existe en la cabeza de los que prefieren seguir secuestrados por el sistema.
Marcelo Ugalde Castrillo
Político y empresario