Samuel: entre errores, guerra sucia y los 100 días


 

 



 

La primera vuelta electoral posicionó como favorito a Samuel Doria Medina. Las encuestas lo mostraron primero en diversos momentos de la larga campaña. ¿Qué sucedió? Las encuestas reflejaron la percepción de un momento concreto, útil para los distintos equipos de campaña: afinar falencias, consolidar el voto fiel o ampliar la base electoral. ¿Se equivocaron las encuestadoras? No. Las encuestadoras mostraron tendencias y estuvieron muy cerca de los porcentajes finales obtenidos por los competidores que perdieron la personería jurídica y quedaron entre el tercer y el cuarto lugar.

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Al ser la política, una actividad movida por las pasiones, como cualquier otra actividad humana, la caída de Doria Medina en las urnas puede explicarse por errores que fueron aprovechados para desplegar una guerra sucia inteligente, medida y con objetivos claros.

En una campaña electoral, la disciplina es fundamental, pues todo está planificado. La maestra Gisela Rubach sostiene que en política no hay sorpresas, sino sorprendidos: las ocurrencias o ideas de último minuto pueden ser desaciertos imposibles de corregir. Cada paso debe ser medido, meditado y, a menudo, probado en grupos focales. Los dislates son muestra del exceso de entusiasmo sin datos reales ni percepciones sociales. En “¿Qué es la política?”, la filósofa e historiadora Hannah Arendt explicaba que los mitos y leyendas se convierten en verdades indiscutibles dentro de las sociedades. Los errores cometidos reforzaron esos mitos: la cercanía del círculo político de Doria Medina a una candidata de la Alianza Popular o el apoyo de Alejandro Almaraz, exviceministro de Tierras del gobierno de Evo Morales, no solo levantaron dudas en la población, sino que también provocaron una pérdida de preferencia electoral.

Sin darse cuenta, entregaron a sus rivales las herramientas suficientes para la guerra sucia. No se necesitaba más para un ataque de desgaste difícil de responder en redes sociales o ante los medios de comunicación masiva. En las últimas semanas, y a pocos días de la elección, la candidatura estaba cercada por ataques de alta intensidad. Las miradas se centraron en los errores propios, y desaparecieron del debate público los equipos que habían presentado propuestas concretas en educación, salud, medio ambiente y decretos contra el despilfarro y la falta de transparencia. Los 100 días, que se habían convertido en la marca de la campaña y que incluso fue replicada por otros competidores, fueron desplazados del escenario político.

Entre lo positivo de la Alianza Unidad destaca la bancada paceña, que representa juventud, experiencia y capacidad. Cecilia Requena, Carlos Alarcón, Andrea Ballivián, Alejandro Reyes y Juan Del Granado son ejemplo de ello. Desde el cuidado del medio ambiente hasta el debido proceso para los perseguidos políticos, pasando por la fiscalización al gobierno central y municipal, su aporte al debate, las ideas y las reformas que necesita el Estado es significativo. El cambio generacional y los nuevos liderazgos parecen ser el signo de Unidad Nacional, así como el desafío de difundir la socialdemocracia en Bolivia y mostrar que existen otras formas de pensar más allá del neoliberalismo y la revolución marxista, ambas tan presentes en el discurso político latinoamericano.

Unidad Nacional ha sabido enfrentar al masismo. La obtención de la alcaldía de El Alto y su papel de freno en la Asamblea Constituyente son muestras de ello. También demuestran que una democracia necesita partidos políticos que se mantienen contra viento y marea. Ahora, con nuevos desafíos, deben abrirse a la ciudadanía y ser base del cambio generacional. La política siempre da revancha, y las elecciones subnacionales son un escenario más que interesante para continuar las transformaciones que el país necesita.

 

 

Jorge Roberto Marquez Meruvia

Politólogo