En el Cono Sur, “pasar agosto” no es chiste. Es el último pulso del invierno y un rito popular de supervivencia que, entre consultorios llenos y braseros exhaustos, expone nuestra frágil alianza con el tiempo.
En las plazas de los pueblos del sur de Chile, cuando agosto se instala con su viento helado y su cielo encapotado, los viejos suelen repetir, con una mezcla de humor y resignación: “A ver si paso agosto”. La frase, que parece una broma ligera, guarda en realidad el peso de una tradición cultural que ha hecho de este mes un símbolo de resistencia frente al invierno. No es solo un calendario lo que se juega, sino la vida misma.
Agosto, dicen los médicos rurales, es un mes traicionero. Cuando el cuerpo parece haber resistido los fríos más duros de junio y julio, el aire se vuelve cortante, y un resfrío mal cuidado puede convertirse en neumonía.
En el mundo rural del cono sur de América fue siempre un mes límite. Los inviernos se medían en la cantidad de leña que quedaba, en las papas almacenadas, en los animales que resistían sin morir de hambre. Era la prueba final. El mes en que las reservas se agotaban, los cuerpos se debilitaban y la primavera todavía no asomaba. En ese contexto, sobrevivirlo era una proeza. De ahí que la frase haya quedado como un código cultural, transmitido de generación en generación, y todavía viva en las conversaciones cotidianas.
Hoy, pese a que la ciencia ha reducido la crudeza de las estaciones, el dicho no ha perdido fuerza. La gente lo sigue repitiendo, aunque ya no dependa del trigo guardado ni de la leña acumulada. Lo repiten los mayores como un recordatorio de la fragilidad, y lo repiten los jóvenes como un guiño cultural, una forma de decir que el invierno ha sido duro y que la primavera, al fin, se acerca.
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“Pasar agosto” es, en el fondo, un ritual verbal que habla de nuestra relación con la naturaleza y con la muerte. Nos recuerda que el tiempo no es lineal ni neutro. Tiene estaciones que pesan más que otras, meses que se convierten en pruebas. Y que sobrevivir a ellas, aunque sea con una tos persistente o un abrigo demasiado gastado, es siempre un triunfo.
Cuando llega septiembre y el sol vuelve a instalarse en las calles, los viejos del barrio respiran aliviados. El invierno se queda atrás y, con él, el fantasma de no haberlo contado. “Pasar agosto”, entonces, se vuelve una celebración discreta. Un año más ganado, un cuerpo que resiste, una pequeña victoria frente al frío y, sobre todo, frente al tiempo.
Por Mauricio Jaime Goio.