Cachín, los indígenas y la república


Emilio Martínez Cardona

Con el fallecimiento de Luis H. “Cachín” Antezana, el país pierde a su mayor maestro del análisis literario. Ya en una columna anterior, “Borges y Bolivia” (23/06/2021), nos habíamos referido a los vínculos y las referencias bolivianas en la obra del escritor argentino, que “Cachín” consignó en su memorable “Álgebra y Fuego: Lectura de Borges”, publicado en el año 2000.



Al conocer la noticia de su pérdida, recordé una conversación de entresiglos que tuvimos con varios amigos y “Cachín”, precisamente en una presentación de “Álgebra y Fuego”, diálogo en el que mencionó varias curiosidades sobre el proceso de Independencia de Bolivia y del rol cumplido por los indígenas en el ejército realista.

Antezana subrayó –y aún no hay revisionismos sólidos que lo refuten– que la adscripción mayoritaria de los indígenas fue con la milicia española y contra los republicanos criollos. Fuera de las interpretaciones trilladas que conocemos, “Cachín” aportó en aquella conversación un dato de color que podría ser clave para descifrar ese alineamiento.

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Capturados algunos de los capitanes indígenas que luchaban en filas realistas e interrogados sobre por qué preferían ese bando, uno de los líderes mostró un gran medallón con la efigie de Fernando VII y contestó: “Porque tenemos imágenes del rey, pero, ¿dónde está la imagen de la república?”.

Lejos de ser un detalle anecdótico, como semiólogo y hermeneuta Antezana veía en ese incidente una “pepita de oro” interpretativa: la de un pensamiento icónico, por imágenes, que no se avenía bien con las abstracciones y conceptos invisibles manejados por el pensamiento liberal y republicano.

De ahí las dificultades para “encarnar” a la república en el imaginario del campo indígena, que aún subsisten en buena medida en la actualidad (me resisto a usar la categoría nacional-popular, acuñada por el neoperonismo y que conserva algún eco de los orígenes fascistoides de esa corriente ideológica).

De ahí, también, cierta tendencia “monárquica” subyacente, que se expresa en las erupciones periódicas del caudillismo populista, en función de la aparición del “rey esperado” y de la multiplicación de sus efigies.

¿Cómo encarnar a la república ante sectores donde un monarquismo profundo prefiere el seguimiento emocional a los caudillos dadores de prebendas, que se muestran como hombres providenciales? ¿Cómo bajar los conceptos de institucionalidad a una realidad operativa y a un lenguaje transmisible para el pensamiento icónico popular?

Estas preguntas no son retóricas sino centrales, si queremos encontrar un camino duradero para la democracia liberal.