Ante el clamor de las bases por renovar el liderazgo de la COB, urge preguntarnos si el máximo ente sindical de los trabajadores sigue siendo representativo frente a una fuerza “invisible” que creció en los últimos años de manera agigantada. Con el recambio generacional, la consultoría, en el Estado y en el sector privado, se ha convertido en nuevo estandarte laboral y en una fuerza económica pujante.
La escena laboral boliviana cambió más rápido que sus instituciones. Mientras el sindicalismo formal protege a quienes conservan un contrato estable y un encuadre clásico, una porción creciente de jóvenes: millennials y centennials, trabaja por proyecto y por resultados bajo la etiqueta de “consultores”. No están en planilla, no acumulan antigüedad ni negocian colectivamente. Aun así, sostienen políticas públicas, tecnología, operaciones privadas y la resolución de cuellos de botella; pero permanecen fuera del radar sindical y, demasiadas veces, del amparo efectivo del Estado. El país tercerizó funciones técnicas, trasladó riesgos a los individuos y bautizó esa práctica como consultoría. Para muchos, fue la puerta de entrada al mercado; para las instituciones, una válvula de flexibilidad; para la estadística, un terreno gris. Esa flexibilidad tiene costos: ingresos discontinuos, ausencia de seguro social, vacaciones o aguinaldo, incertidumbre sobre renovaciones y, sobre todo, invisibilidad política. Invisibles porque no son asalariados puros ni emprendedores plenos; invisibles porque carecen de una organización que los nombre y los defienda.
La COB nació para defender a la clase trabajadora en su forma histórica: mineros, fabriles, maestros, choferes; y su legitimidad proviene de luchas reales. Pero representar al trabajador del siglo XXI exige ampliar el perímetro. Si la COB no incorpora a la fuerza consultora y a otras formas de empleo atípico, corre el riesgo de volverse una institución irrespetable… e irrelevante. No basta con denunciar la precarización: hay que organizar a quienes la padecen y proponer reglas nuevas. El nudo central es jurídico, la consultoría muchas veces no encaja en la Ley General del Trabajo ni en el Estatuto del Funcionario Público, pero el derecho se mueve con la política. Si la COB quiere liderar, debe abanderar una agenda que reconozca derechos mínimos a la consultoría y habilite formas de organización para trabajadores independientes y por proyecto.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
La renovación que se reclama no es cambiar de caras, sino cambiar de mapa. Supone fijar un piso de protección como: pagos puntuales, causales claras de interrupción, acceso a salud y aportes proporcionales; y crear espacios orgánicos donde la consultoría tenga voz y voto reales. Supone aceptar que una federación de trabajadores por proyecto puede coexistir con los sindicatos sectoriales clásicos, con afiliación individual, padrones digitales y representación por ramas técnicas. Supone acordar tarifas de referencia y estándares de buenas prácticas: pliegos sin sobreexigencias, propiedad intelectual clara, cronogramas razonables; impulsar un seguro social portátil que acompañe al profesional entre proyectos y sentar a la misma mesa a Estado, empresas, COB y colegios profesionales para monitorear cumplimiento y resolver controversias con celeridad.
¿Y por qué debería importarle a todos? Porque el talento joven es una ventaja competitiva del país: si lo condenamos a la precariedad, cosecharemos fuga de cerebros o apatía cívica. Porque el Estado depende de esa capacidad técnica para ejecutar políticas. Porque el sector privado necesita equipos ágiles y calificados, y la incertidumbre estructural encarece y desordena. Y porque la democracia se fortalece cuando nuevos sujetos sociales ingresan a la conversación con organización y reglas claras, no desde la intemperie.
A la propia comunidad consultora también le toca mirarse al espejo. No puede seguir como un archipiélago de currículums: necesita organizarse, construir identidad colectiva, consensuar estándares éticos: evitar la subcotización destructiva, transparentar conflictos de interés, formarse de manera continua y participar en el debate público. La profesionalidad no se opone a una sindicalización moderna; la potencia.
La generación que hoy sostiene proyectos, sistemas, obras y políticas desde la consultoría no pide privilegios: pide reglas claras, reconocimiento y voz. Que la COB la vea, la nombre y la integre. De eso se trata la verdadera renovación: de que la casa común del trabajo tenga cuartos para todas sus formas, no solo para las de ayer. Si la COB escucha el clamor de sus bases y abre sus puertas a la fuerza consultora, sin prejuicios ni tutelas, ampliará su representatividad y recuperará la iniciativa histórica de ser el lugar donde los trabajadores, todos, se reconocen y negocian su dignidad.