Caros Hugo Molina
Luego de dos semanas de realizadas las elecciones nacionales, con la tranquilidad de haber contado votos y no cadáveres, como llegó a decir un orate, y con la tranquilidad del deber ciudadano cumplido, podemos verificar algunas evidencias y compartirlas para ver si estamos viendo la misma película.
Admirable la ciudadanía en su disciplina cívica y compromiso con la democracia que logró superar una campaña sistemática de desinformación y violencia mediática. Han quedado para la anécdota los brulotes que ofrecían el fin de los tiempos y los resultados más inverosímiles. Reflexión aparte para las empresas responsables de las encuestas que no lograron interpretar una tendencia que alcanzó la victoria en la primera vuelta y que demuestra la relatividad de las fotografías que toman.
La preocupación mayor de la democracia boliviana era la de lograr una transición política que permitiera la salida del gobierno, de un partido que se especializó en la corrupción y gobernó con la liviandad, de quien creyó que su mandato sería eterno. No se ha escuchado todavía la voz de los derrotados y deben estar sufriendo con un cambio que les resultará muy rápido para arreglar los entuertos que provocaron sin misericordia.
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Existió una campaña que proponía la unidad de la oposición para ganar en primera vuelta a un MAS desconcertado que no supo cómo comportarse en democracia y ha sufrido una derrota electoral sin atenuantes. Queda claro, también, que la existencia de 3 fuerzas cuya representación parlamentaria suma 2/3 de la Asamblea, es un mandato de racionalidad político que ninguno de los 3 puede deshacer por su voluntad.
Se está repitiendo con vergüenza que la gobernabilidad que se puede lograr en el ejecutivo y en el legislativo, debe pasar la prueba de “las calles”, que los derrotados serían expertos en manejar. Esa posibilidad, que debemos cambiar radicalmente, anunciaría que estamos con una democracia inerte, débil, desprovista de capacidad y en espera de movilizaciones desestabilizadoras. El nuevo gobierno tendrá los instrumentos democráticos del diálogo y la negociación, y además, porque no podemos aceptar como condición del cambio, la posibilidad de un chantaje que impida vivir en paz y tranquilidad, que es la razón del triunfo electoral. Evo Morales y sus acólitos, deben aceptar que han sido derrotados y les toca aprender a vivir en democracia después de 20 años de atropello y despilfarro.
Todos sabemos el volumen de los problemas y hemos sido advertidos de las medidas que deberán adoptarse para que la crisis no continúe. Todos esperamos la madurez que debe tener el gobierno que saldrá del balotaje, para no mentirnos ni pretender engañarnos. Se ha repetido hasta el cansancio que necesitamos un gobierno de los mejores, sin improvisación, y con transparencia y creatividad.
Con inquietudes razonables, es mayor nuestra convicción construida laboriosamente que espera que el mañana sea auspicioso y augural como lo necesitamos. Nuestros líderes no podrían ser tan pendejos de jugar con el compromiso de un pueblo que ha soportado hasta aquí, y quiere vivir mejor, dignamente y reconciliado con el futuro.