Renovación generacional


 

 



Luego de la epopeya democrática de octubre/noviembre de 2019, en la que la ciudadanía evitó la consumación del fraude monumental de Evo Morales y provocó la caída y posterior huida del déspota chapareño, era evidente que el ciclo político del neopopulismo autoritario había llegado a su fin. Lamentablemente, la pandemia, el desastroso y corrupto gobierno de Jeanine Añez/Arturo Murillo, la ceguera y ambición de Luis Fernando Camacho y otros factores, provocaron la llegada inopinada de Luis Arce al gobierno y el retorno momentáneo del MAS al poder. Sin embargo, la historia avanza inexorable y, como diría Marx en el dieciocho brumario, lo que un día fue tragedia se tornó en comedia. Eso sí, una comedia sangrienta y dolorosa en la que el neopopulismo devino en neocrapulismo y nos deja al país hecho pedazos, sin reservas, sin recursos y con la mayor bonanza económica de nuestra historia despilfarrada.

Era obvio, por lo tanto, que el signo fundamental del proceso electoral que vivimos tenía que ser la renovación generacional. Desde hace varios años, primero de manera privada y luego públicamente, insistí ante los líderes democráticos, líderes de opinión y gente influyente en la política, que para cerrar de manera contundente y clara el ciclo del neopopulismo autoritario, debíamos promover dos cosas: la renovación generacional y la unidad de las fuerzas democráticas en una sola opción electoral. Como sabemos, no sucedió lo segundo por el egoísmo y narcisismo político de nuestros líderes y lo primero fue recogido parcialmente. De hecho, las dos fórmulas que incorporaron liderazgos jóvenes y renovados en sus binomios fueron las que a la postre llegaron al balotaje.

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La renovación generacional es un proceso ineluctable, no se lo puede evitar, tiene a su favor la historia y la biología, pero sin duda que se lo puede retardar, contener algún tiempo y aquello es muy pernicioso para las sociedades, en todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, si Fernando Costa y Óscar Villegas no hubieran tenido la visión y la valentía, contra viento y marea, de provocar y sostener la renovación generacional en la selección boliviana de fútbol, no estaríamos ahora festejando nuestra clasificación al repechaje mundialista.

En la política sucede lo propio. La renovación generacional es el sello característico de la etapa de transición que vivimos. Se ha visto en las elecciones generales y con seguridad se verá en las elecciones subnacionales de marzo próximo. Los que entiendan esta realidad tendrán mejores oportunidades de victoria. En cambio, aquellos que traten de remozar liderazgos tradicionales y se aferren a su pulsión insensata de mantenerse en la vida política activa, cuando la política ya los ha abandonado y ansía nuevas ideas, nuevas caras y formas de conectar con la gente, tienen todas las de perder.