Galindo: Jugó con fuego y se quemó


Dayeli A. Angulo Maldonado

Analista Político 



La reciente visita de María Galindo a la carrera de Ciencias Políticas de la UPEA prometía, como siempre, polémica. Y vaya que cumplió. Con su estilo frontal, provocador y cargado de teatralidad, la activista intentó erigirse en defensora de una causa que, paradójicamente, terminó siendo menos una cruzada por la democracia y más una defensa de intereses particulares poco edificantes.

Con tono de denunciante implacable, Galindo señaló una supuesta ausencia de democracia en la elección de dirigentes estudiantiles. El problema es que eligió mal el terreno de batalla: se puso del lado de estudiantes que no cumplen los requisitos que la propia asamblea general había establecido. El requisito —tener un promedio mínimo de 80 puntos— no cayó del cielo ni fue impuesto por alguna oscura autoridad, sino que nació de la voluntad colectiva de los estudiantes, con un criterio simple pero contundente: quienes han demostrado disciplina y constancia académica deben ser los que representen a sus pares. ¿O acaso alguien cree que la mediocridad es una virtud de liderazgo?

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Sin embargo, Galindo apostó por la otra vereda. Defendió con vehemencia a jóvenes que, lejos de encarnar el esfuerzo, acumulan arrastres de dos y hasta tres materias. Una especie de élite del desgano, a la que de pronto la activista elevó a mártires de la democracia. Su arenga, lejos de sonar a una defensa del derecho a participar, pareció más bien un alegato a favor de la “libertad de no estudiar”.

Fue entonces cuando el guion se dio la vuelta. La “justiciera” Galindo, habituada a incomodar con sus discursos incendiarios, terminó enfrentándose a una base estudiantil que no se dejó deslumbrar por la retórica. Los estudiantes, con valentía y claridad, defendieron la norma que ellos mismos habían aprobado y, de paso, la dignidad de su carrera e institución. La ironía es evidente: quien vino a “enseñarles democracia” fue la primera en ignorar sus reglas democráticamente construidas.

El episodio deja una enseñanza difícil de obviar: la democracia no es un carnaval de consignas ni un refugio para la improvisación. Al contrario, exige responsabilidad, mérito y compromiso. Y en este caso, los estudiantes demostraron que saben distinguir entre la defensa legítima de derechos y la defensa injustificada de la vagancia.

María Galindo, fiel a su estilo, intentó vender su narrativa de rebeldía contra la “opresión”. Pero el fuego con el que juega habitualmente —provocación, escándalo y ruptura— terminó volviéndose contra ella. Esta vez, la realidad fue implacable: la comunidad estudiantil le recordó que las reglas claras, fruto de la voluntad colectiva, pesan más que cualquier discurso. Y que la dignidad, lejos de ser un eslogan, se construye con esfuerzo y coherencia.