El suicidio de los mayores y el colapso del sentido compartido


En Uruguay, el suicidio en la vejez ha dejado de ser una rareza estadística para convertirse en una tragedia estructural. Uno de cada tres suicidios lo cometen personas mayores de 55 años. Las cifras golpean, pero el silencio pesa más. Porque cada una de estas muertes lleva consigo algo más que una historia individual. Habla de un modelo de vida que ha olvidado a quienes ya no producen, ya no votan con fuerza, ya no corren. Y, sin embargo, fueron quienes lo sostuvieron todo.

Fuente: Ideas Textuales



La vejez, en nuestras sociedades modernas, se ha vuelto un umbral sin sentido. Lo que debería ser un tiempo de reposo y contemplación, de transmisión de saberes, se transforma en una suerte de cuarentena emocional. La jubilación, para muchos, es una amputación simbólica. Se les retira no solo el salario, sino el rol, el reconocimiento, el nombre. Y sin un lugar en el mundo, la vida se vuelve un fardo que cuesta cargar.

Pero esto no siempre fue así. Y es aquí donde vale la pena detenerse.

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En culturas tradicionales, desde los pueblos indígenas de América hasta las aldeas campesinas del Mediterráneo, los ancianos ocupaban un lugar central. No por caridad, sino por sabiduría. Eran quienes recordaban los mitos fundacionales, quienes sabían cuándo sembrar y cuándo esperar.

Hoy, ese vínculo se ha roto. El individualismo, la lógica productiva, el utilitarismo incluso del afecto, nos ha dejado sin red simbólica. ¿Qué pasa cuando una sociedad deja de mirar con respeto a sus mayores? ¿Qué nos dice de nosotros el hecho de que un anciano pueda morir solo, en silencio, y nadie sepa siquiera que estaba triste?

En Uruguay, las campañas como La última foto intentan recomponer algo de ese tejido perdido. Dan rostro y nombre a quienes partieron, y abren la posibilidad de hablar sin culpa ni vergüenza. Pero el problema es más hondo. Requiere que repensemos nuestra idea de comunidad, de tiempo, de valor humano.

Quizás no se trata solo de prevenir el suicidio como quien tapa una fuga, sino de imaginar otra forma de vivir, donde la vejez no sea vista como declive, sino como otro tipo de presencia. Donde un cuerpo cansado no sea sinónimo de carga, sino de camino recorrido. Donde el dolor, en lugar de esconderse en diagnósticos, se escuche como una advertencia de que algo no estamos haciendo bien.

Porque el suicidio de un anciano, en el fondo, no es solo una muerte. Es el eco de una cultura que ha dejado de cuidar sus raíces.

Por Mauricio Jaime Goio.

Fuente: Ideas Textuales