*Por José Luis Bedregal V.
La reciente noticia de que Santa Cruz de la Sierra y, por ende Bolivia, perdió la sede de la final de la Copa Sudamericana, no es simplemente un revés deportivo, es el reflejo de un problema más profundo, estructural y reiterativo: la incapacidad de nuestras instituciones públicas —locales y nacionales— para gestionar con eficiencia, previsión y seriedad, los grandes desafíos que plantea la modernidad.
La final de esta Copa, representaba un hito económico para Santa Cruz. Se estimaba la llegada de miles de visitantes, turistas deportivos y delegaciones internacionales que hubieran dinamizado la hotelería, la gastronomía, el transporte y el comercio local (Asunción recaudó más de 50 millones de dólares en la anterior final). Era además, una vitrina inmejorable para mostrar a Bolivia como un país con capacidad de organización y con potencial turístico.
La cancelación de esta sede es una pérdida millonaria que no se traduce solo en cifras, sino en empleos que no se generarán, inversiones que no se producirán y una imagen internacional que vuelve a poner en duda nuestra confiabilidad.
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La población cruceña había asumido la final, como un motivo de orgullo colectivo, la expectativa no era únicamente futbolística, era un símbolo de modernidad, de posicionamiento y de reconocimiento para Santa Cruz y el país. La frustración que genera perder este evento, no es menor: mina la confianza en las autoridades y refuerza la percepción de que vivimos en un Estado donde lo importante nunca se concreta, donde la promesa se disuelve en la burocracia, la improvisación y la mezquindad política.
La Gobernación de Santa Cruz y el gobierno nacional, no lograron coordinar, gestionar y cumplir los estándares exigidos por la CONMEBOL. La falta de infraestructura adecuada, las obras inconclusas, los retrasos en la modernización del estadium “Tauichi Aguilera”, son la consecuencia directa de una gestión pública plagada de personas sin preparación, designadas más por lealtades partidarias o compadrazgos que por méritos técnicos.
Lo ocurrido en Santa Cruz, es solo un ejemplo más de cómo el país entero paga la factura de la incompetencia, la misma que se expresa en obras millonarias paralizadas, proyectos inconclusos, contratos mal ejecutados.
Lastimosamente, en Bolivia, podríamos citar muchos ejemplos con el mismo hilo conductor, es decir, la ausencia de planificación estratégica, la falta de técnicos capacitados y la primacía de la propaganda política sobre la gestión responsable.
La pérdida de la final de la Copa Sudamericana debe leerse como un llamado de atención, no basta con proclamar discursos de modernidad, la eficiencia en la gestión pública se construye con visión de futuro y consensos políticos y sociales, que permitan la formación de una burocracia calificada, compuesta por profesionales destacados y coordinación real entre instituciones.
Bolivia necesita romper el círculo vicioso de la improvisación y la mediocridad, la derrota de Santa Cruz en el ámbito deportivo no es un accidente, es la consecuencia natural de un sistema político que desprecia el conocimiento y la planificación. Mientras sigamos administrando el Estado como botín partidario, seguiremos perdiendo no solo finales de fútbol, sino las verdaderas finales que juegan los pueblos: las del desarrollo, la confianza y el progreso.
*Especialista en gestión pública.