El Censo 2024 revela una dura realiadad de los idiomas nativos
Por Daniel Zenteno
La Unesco declara Patrimonio Universal al Diccionario de la Lengua Mosetén.
Fuente: La Razón
Según los datos del Censo de Población y Vivienda 2024, en Bolivia hay nueve lenguas que cuentan con menos de veinte hablantes nativos y que se encuentran al borde de la extinción.
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Estos idiomas son el Baure, Canichana, Cayubaba, Guarasu’we, Itonama, Joaquiniano, Machajuyay-Kallawaya, Machineri y Moré. La pregunta censal fue directa: “¿En qué idioma aprendió a hablar?”, es decir, lengua materna.
La fotografía que arrojan los datos no deja dudas: mientras el español, el quechua y el aymara concentran la mayor cantidad de hablantes, estas lenguas amazónicas y andinas sobreviven en apenas un puñado de voces.
El contraste es dramático. El castellano registra más de 8 millones de hablantes, el quechua llega a casi 1,4 millones y el aymara se mantiene con más de 770.000. Frente a estas cifras, resulta casi simbólico que el Guarasu’we haya quedado reducido a un solo hablante censado, que el Cayubaba apenas cuente con siete, o que el Itonama, alguna vez lengua pujante en Beni, hoy registre 18.
Datos
Lo que se muestra en los números es una realidad social: la transmisión intergeneracional se ha roto y la vitalidad de estas lenguas se apaga entre adultos mayores que las conservan como último vínculo con sus ancestros.
De acuerdo con Marco Andrade, experto en lingüística histórica y políticas lingüísticas, las lenguas del oriente son habladas por comunidades dispersas y alejadas, por lo que su situación es diferente a la de otros idiomas como el quechua, aymara o guaraní.
“A diferencia del altiplano, donde lenguas como el quechua y el aymara mantienen grandes comunidades de hablantes, en el oriente las lenguas originarias quedaron fragmentadas y sometidas a una presión mayor por la escuela, el trabajo y la vida urbana en español que se convirtió en la lengua de poder, lo que aceleró su abandono”, explicó a La Razón.
La Constitución Política del Estado y la Ley General de Derechos y Políticas Lingüísticas reconocen estas lenguas como oficiales del país, con garantías que van desde la promoción en la educación hasta la revitalización de las que se encuentran en riesgo. Sin embargo, el reconocimiento legal no ha sido suficiente. La brecha entre la norma y la realidad se evidencia en la falta de proyectos de documentación, escasa capacitación docente y recursos limitados para trabajar en comunidades pequeñas y dispersas. La fragilidad institucional y presupuestaria hace que cada año perdido signifique menos posibilidades de recuperar el legado lingüístico de estas lenguas originarias.
Lengua
Según Andrade, cada uno de estos idiomas tiene una historia particular. El Baure, de origen arawak, resistió en las llanuras de Beni, pero hoy apenas sobrevive entre ancianos que lo usan en contextos familiares o rituales. El Canichana, también del Beni, ha sido descrito como prácticamente extinto por diversos lingüistas, y el censo solo encontró nueve hablantes. El Cayubaba, propio de la zona de Yacuma, se reduce a siete personas que lo conservan de manera parcial. El caso más crítico es el del Guarasu’we, en Santa Cruz, que cuenta con un único hablante registrado, lo que hace urgente su documentación para evitar su desaparición total.
El lingüista propuso algunas acciones que deberían tomarse.
“Con programas de revitalización, educación bilingüe y proyectos comunitarios todavía se puede rescatar, por ejemplo, grabando a los hablantes, enseñando la lengua en la escuela o usándola en espacios culturales y familiares. De esta forma, se promueve y se apoya activamente su enseñanza y el uso en la vida diaria. Lo más importante es que la comunidad quiera mantenerla viva, por lo que es imperioso involucrar a las comunidades en la preservación y revitalización de sus lenguas; además, es necesario que exista apoyo de políticas públicas, porque sin eso el esfuerzo queda aislado”, recomendó Andrade.
El Itonama, otra lengua amazónica, tiene 18 hablantes y enfrenta una caída abrupta respecto a décadas pasadas. El Joaquiniano, con ocho personas, se mantiene como lengua reconocida oficialmente, pero en situación igualmente precaria. En La Paz, el Machajuyay-Kallawaya representa un caso especial: no es solo un idioma, sino un repertorio de conocimiento medicinal que los kallawayas transmiten como parte de su identidad cultural, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), pero que hoy apenas conservan siete personas de manera activa. En Pando, el Machineri, de la familia arawak, apenas suma 11 hablantes. Finalmente, el Moré, también conocido como Itene, del tronco chapacura, cuenta con nueve personas que lo mantienen vivo, pero restringido.
En criterio de Andrade, las razones de esta pérdida lingüística acelerada son bastante variadas.
Causas
“Esto ocurre porque muchas de estas lenguas ya no se transmiten a las nuevas generaciones, ya sea por migración a las ciudades, donde se usan idiomas de mayor prestigio como el castellano, o por la influencia de la escuela y los medios de comunicación. Además, en el pasado hubo políticas que prohibieron o castigaron su uso, lo que llevó a que poco a poco se dejaran de hablar”, señaló.
Las políticas públicas han intentado revertir el proceso, pero los resultados son limitados. La Ley 269 obliga a recuperar, vitalizar y desarrollar las lenguas en peligro, pero su aplicación depende de presupuesto, maestros formados, materiales educativos y acompañamiento técnico, recursos que han sido insuficientes. A ello se añade que la documentación de estas lenguas no avanza al ritmo necesario. Por ello, Andrade considera que en algunos casos la prioridad ya no es revitalizar sino registrar, grabar y archivar el conocimiento que queda de la lengua, antes de su extinción.
En el agregado de las lenguas registradas en la tabla del Censo 2024, el castellano representa más de tres cuartas partes del total de hablantes que allí aparecen, mientras que el quechua y el aymara suman, juntos, alrededor de una quinta parte del conjunto.
Idioma
Estas proporciones expresan, en términos sencillos, que la mayor parte de la vida pública, escolar y mediática del país se articula en torno al español y a las dos grandes lenguas andinas; el resto —alrededor de una treintena de lenguas— se reparte en bolsones demográficos que van desde decenas de miles hasta apenas unas cuantas decenas de hablantes.
Entre las lenguas de tamaño intermedio que siguen a las tres mayoritarias destacan el guaraní, con 43.870 hablantes, y el tsimane’, con 16.556 usuarios. Estas lenguas muestran que existen realidades lingüísticas relativamente robustas fuera del bloque andino: el guaraní mantiene espacios sociales relevantes en el oriente y sur del país y el tsimane’ conserva presencia suficiente como para producir continuidad intergeneracional si se sostiene con políticas adecuadas, según Andrade.
Por debajo de ese nivel aparecen otras lenguas con varios miles o apenas algunos centenares de hablantes: el gwarayu (7.736), el weenhayek (4.515), el uru-chipaya (1.918), el mojeño trinitario (1.835), el bésiro (1.727) y otros idiomas con pequeños núcleos en diferentes departamentos.
Todas esas lenguas cuentan con comunidades vivas que, con apoyos puntuales, pueden sostener procesos de revitalización; no están en el mismo plano que las nueve que registran menos de veinte usuarios, pero tampoco están exentas de riesgo si se debilitan las condiciones sociales que permiten su reproducción.
El conjunto de lenguas amazónicas y de las tierras bajas merece una atención particular. Muchas de las que aparecen con cifras muy pequeñas —como la maropa (31 hablantes), el pacahuara (23) o el sirionó (43)— están concentradas en regiones de la Amazonía donde la presión del castellano y la migración han sido más intensas durante décadas.
En criterio de Andrade, si bien solo se puede hablar de una lengua “extinta” cuando ya no hay hablantes vivos de la misma, un idioma con menos de 500 usuarios ya “perdió su principal función de comunicacón diaria dentro de una comunidad” y ya no tiene “transmisión natural hacia las nuevas generaciones”, lo que lleva a estas lenguas hacia su desaparición.
Fuente: La Razón