Un paro cardiaco le quitó la vida a Gloria Argandoña de Fernández. Con ella se va un pedazo grande de la cultura de Santa Cruz. Para nosotros, sus compañeros de escenario como Rosendo Paz, Roger Quiroz, Alejandro Brown, Roger Urquidi, Arturo Lora, Anahí Holman, Sandra Elías, Nadia Córdoba y tantos otros, no solo se fue una actriz o una pintora. Se nos fue una maestra, una amiga de toda la vida y la mamá artística de muchos.
Gloria no solo decía sus líneas; ella sentía y vivía cada personaje hasta los huesos. Cuando salía a escena, la magia aparecía. Iluminaba todo con su voz clara y esa pasión que no le cabía en el cuerpo. En los ensayos, nos enseñaba que el teatro no era un pasatiempo, era un modo de vivir. Era exigente, sí, pero porque quería que todo saliera con excelencia para el público cruceño, al que ella siempre le tuvo un cariño enorme.
Su casa artística, por muchos años, fue Casa Teatro. Como decía ella en una entrevista, ese grupo era como su familia. Con ellos, y antes con el grupo Candilejas del maestro Humberto Parada Caro, dedicó más de 25 años de su vida a las tablas, actuando en al menos una obra por año. Era una mujer de teatro de verdad, de las que no se corren por nada. Decía: «A las mujeres decirles que no es para que se corran por la familia, vale la pena un poco de sacrificio y se les compensa». Y a ella su familia, especialmente su marido, siempre la apoyó.
Pero Gloria no solo brillaba en el escenario. También era pintora. Le encantaba agarrar los pinceles y llenar lienzos de color, sobre todo con cuadros abstractos.
Hace más de diez años, le preguntaron cuánto tiempo más pensaba actuar. Su respuesta fue clara: «¡Ojalá, Dios quiera!, que me dé salud y vida para seguir un poco más». Y así fue, cumplió hasta el final. Ahora, el gran teatro del cielo tiene una primera actriz de lujo.
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Descansa en paz, Gloria. Que el aplauso no cese nunca para vos. Y… ¡mucha mier..!
Por Alejandro Brown I.
Experseguido Político