Álvaro Riveros Tejada
Quedamos muy asombrados con las ocurrentes, como insólitas declaraciones efectuadas por la diputada chilena María Luisa Cordero atribuyéndonos a los bolivianos una ignorancia supina, debido a nuestra alarmante falta de oxígeno cerebral generada, a su vez, por la altura en la que vivimos. Asimismo, y a objeto de enfatizar científicamente sus afirmaciones, la parlamentaria de marras utilizó el término «bradipsiquia» para describir lo que en su verdadero lenguaje ella llama “tontorrones” o una condición «crónica» que se manifiesta desde nuestro nacimiento.
Como era de esperarse, fueron diversas las reacciones que las declaraciones de la trastornada legisladora mapochina despertaron en todos los medios bolivianos, el presidente Luis Arce las rechazó enérgicamente, calificándolas de racistas y xenófobas y anunciando que se usarían los canales diplomáticos para responder. En Chile, el propio canciller, Alberto Van Klaveren, las rechazó enérgicamente y las calificó de xenófobas hacia el pueblo boliviano, anunciando que se usarían los canales diplomáticos para responder, pues no representa desde ningún punto de vista, el sentir del Estado y del Gobierno de Chile. “El racismo y la xenofobia son inaceptables», manifestó asimismo el titular de Relaciones Exteriores.
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Lejos de zambullirnos en un torbellino de dimes y diretes con la “frenética madre de su patria”, consideramos ocioso abrir una discusión sobre responsabilidad de los parlamentarios en sus declaraciones, y los límites del discurso institucional cuando se acusa de generalizaciones sobre grupos nacionales o étnicos basadas en supuestas características biológicas o geográficas. Este camino largo y tortuoso no nos llevaría a ninguna parte, salvo que aparezca un admirador de la tal psicópata Cordero, que nos quiera llevar nuevamente hacia la ruta de La Haya.
En este acápite recordamos, por ejemplo, cuando en julio de 2022, la miss Chile Valentina Schnitzer dijo que “el mar es de Bolivia”, sin imaginarse, seguramente, que sus palabras iban a desencadenar una tormenta en la clase política de su país, ni que le iban a causar el linchamiento mediático al que fue sometida en esos momentos. Pese a ello y ya en medio del vendaval, la reina de belleza tuvo el coraje de mantener su opinión y de reiterar su respaldo a la causa marítima boliviana.
La valentía de la Miss Chile hizo honor a su nombre y causó admiración y respeto, pese a la sarta de insultos que la joven recibió en las redes sociales, en las que sus compatriotas la tildaron de “tonta” e “ignorante”; siendo ellos mismos los que demostraron una bajeza deplorable al ensañarse con una mujer, por expresar su opinión, así como una elocuente falta de conocimiento histórico al negar que el mar le fue arrebatado a Bolivia mediante una invasión infame.
Curiosamente, son muy pocos, los bolivianos que recordamos esa gran hazaña de la soberana de la belleza trasandina que refleja el sentimiento de muchos chilenos que añoran vivir en un clima de genuino y generoso entendimiento entre bolivianos y chilenos y no llegar hasta los límites de la intolerancia y del enfrentamiento incluso de chilenos versus chilenos.