La política que nos duele


 

 



Todos dicen que no quieren la política del pasado, mirar al futuro y construirlo con tecnología y modernidad. También coinciden todos, desde antes, que la crisis que golpea al pueblo boliviano es muy severa y estructural. Que vienen días difíciles para ambas partes, para quienes deban tomar las grandes y duras decisiones y para quienes debamos soportarlas, como precio a levantarnos de nuevo desde el fondo de nuestras fuerzas. Hasta ahí el consenso.

Pero volvamos al principio. Si nadie quiere este ominoso pasado de 20, 30 o 40 años atrás, ¿cómo se explica el olvido presente de los grandes males que deben impulsar el uso de la inteligencia más avanzada en la formulación de proposiciones serias y sólidas que, además, deben contar con un importante margen de gobernabilidad para hacerlas viables?

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Y, por el contrario, con una verborrea despreciable a todas luces, empeñan tiempo y esfuerzos vanos en ataques y contraataques, vanos porque ya todos los conocemos bien o mal, pasado y presente, acciones y consecuencias, propalados por ellos mismos. Son estos personajes los que quieren convencernos de que les importamos, que quieren “servirnos desinteresadamente”, cuando más bien demuestran una inefable ansia de poder.

Es verdad que, hoy por hoy, hay dos personas nuevas, que por ser tales, aunque de orígenes y entornos muy distintos, son analfabetos en las artes de la política y que, a golpes de realidad, tendrán que aprender las funciones que a uno de los dos les corresponderá. Pero muy poca es la esperanza de renovación que nos ofrecen, cuando ahora se esfuerzan en mostrarnos la mala cara de los bolivianos, con insultos, medias verdades, alusiones calumniosas cargadas de racismo en un lado y de odio revanchista en el otro.

Culpas compartidas con los habilidosos primeros, que se hacen los desentendidos, permitiendo y estimulándolo o tratando de justificar lo injustificable; el nivel educativo o el entorno no son justificación de la agresividad, la violencia o la pésima conducta social. Con orgullo podemos afirmar que en la arena política hemos conocido ciudadanos totalmente carentes de títulos y educación, pero ejemplos de decencia y consecuencia. El pueblo boliviano está ansioso de librarse de casi 20 años ignominiosos en la política y de superar tanta angustia en el sostenimiento de su familia, candidatos hagan el favor de estar a la altura y guardar coherencia entre sus discursos y sus actos. Aprovechen su tiempo en trabajar en las vías de solución que aplicarán, porque ya no hace falta más campaña.

Por Norah Soruco Barba

exparlamentaria