La tarde que entrevisté al Gral. Banzer…



Fue raro.
Fue loco.
¿Cómo hice tal cosa?
Era una tarde cualquiera, poco después de cumplir diecisiete años; una época bonita en la vida de cualquier pelau.

Pero no para todos.
Porque pareciera que alguien mueve los hilos del destino, en algún sitio, y uno ni sabe.

Otra época.
Esa época, en la cual uno no sabe pa’ dónde prender, y peor aún si vive solo.
Era la época de la U.D.P., la coalición zurda del 82’ que fue un desastre.
Era el tiempo de Hernán Siles Zuazo y Jaime Paz Zamora, el hombre que como toda rata saltó del barco antes que se hunda.



Tiempos de hiperinflación.
Tenía en ese tiempo los famosos walkman, esas caseteras con audífonos y estaba hecho el lindo por la plaza.
Fue un día que llovió por la mañana y mi maestro albañil me dijo que no habría trabajo.
Ahí andaba yo…
Ahí, por la Casa de la Cultura.
En esas estaba cuando vi el bollo de gente y me acerqué.
Moscanga el camba.
Era casi las cinco de la tarde.
Había un evento, y los periodistas iban y venían entrevistando.
Entonces sucedió…

Fue un impulso.
Algo que salió de muy dentro.
Me acerqué con el walkman a modo de reportera y hecho el que grababa, le pregunté sobre el evento al primero que pillé.
No pensaba, solo sentía el impulso de hacerlo.
“El entrevistado” me respondió…
Me entusiasmé, me sentía importante.
Hice dos «entrevistas» más, pero claro, no grababa nada y las personas me respondían.
¡Yo no podía creerlo!

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Entonces sucedió…
Un tipo que estaba ahí me dijo:
– «Oye choco, andá a entrevistarlo al general, nadie lo ha hecho…»
Volqué a ver y ahí estaba, en la acera del frente.
Chiquitito de tamaño, pero grande en historia. El hombre que le puso un estate quieto a los zurdos terroristas setenteros.
La víctima de una historia mal contada, un capítulo llamado “dictadura”.
El mismísimo general Hugo Banzer Suárez, ahí estaba, acompañado de su esposa.
De una vez…
No era yo, no sentía miedo, ni me achicaba.
Crucé la calle y me acerqué.
– ¿General, unas palabras?
– Con mucho gusto.
-respondió el general.

Elay, el peladingo cursiento, el ayudante de albañil que antes fue ayuco de un chapista que no le pagó.
Ahí estaba el mocoso.
Entrevistando a un expresidente de la nación.
Estaba frente a uno de los tres presidentes cruceños de la historia nacional. Los otros dos fueron Busch y Velasco.

Entonces, por una milésima de segundo, dudé.
¿Qué le pregunto?
-pensé.
Y de la nada…
– “General, el país vive una terrible crisis. ¿Cuál es su opinión respecto a las medidas económicas del presidente Hernán Siles Suazo?”
Entonces el general habló, me respondió del modo más cordial.
Todo era natural para mí…
Le pregunté sobre la devaluación que había, y del plan de los «cien días» que nunca funcionó.
El general me contestaba y yo por las nubes, hecho el que grababa.
Varios temas tratamos.
Al final le agradecí «la entrevista» y entonces, al tiempo que me estrechaba la mano, el general dijo algo que marcó el rumbo de mi vida.
– «Buena entrevista joven, siga así, felicidades!»
Eso fue demasiado.
Me despedí y me fui a sentar en un banquillo, frente a La Pascana.

Temblaba.
Recién entendí lo que había hecho.
Al rato, y con el corazón a mil, me fui a buscar el micro que me llevó al cuartingo donde vivía.
Esa noche me costó dormir por la emoción.

Y bueno…
Cuatro años después ya estaba en la radio, con los años aprendí el oficio y entrevisté «de verdad» a mucha gente.
Conocí en persona a los personajes que escuchaba de niño por la radio, o veía por la tele como Walter Rocabado, los hermanos Limpias, Jorge Arias, Palito Añez, o Carlos Ibieta el ídolo de mamá…

Y así…
Con los años vino una respetable amistad con ellos y otros más.
Con el tiempo me entrevistaron y ahora es un gusto compartir de vez en cuando.
Excelentes amigos.
Algo más.
Lloré mucho cuando murió el general Banzer, el hombre que sin saberlo me cambió el rumbo, el hombre que nunca supo que transformó al ayudante de albañil en radialista primero, presentador de TV. después, reportero y escritor con los años…

Gracias general.

EL ESCRIBIDOR.