Viaje a la mente del violador serial de 24 personalidades: de una mujer lesbiana a un niño de 8 años y un inglés tímido


Billy Milligan atacó a tres mujeres en la Universidad de Ohio a fines de la década del 70. Cómo fue el proceso judicial y el diagnóstico que lo llevó a estar internado en hospitales psiquiátricos

Trailer Monstruos Internos Las 24 Caras De Billy Milligan

 



Fuente: infobae.com

La primera vez que Billy Milligan despertó en una celda del condado de Franklin, Ohio, no recordaba la razón por la que lo habían detenido. El joven de veintidós años estaba acusado de haber violado a tres mujeres en el campus de la Universidad Estatal de Ohio, y su nombre estaba a punto de convertirse en sinónimo de uno de los casos psiquiátricos y judiciales más desconcertantes de la historia de Estados Unidos.

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Milligan se observó las manos. Las cicatrices en sus nudillos no le decían nada. Se preguntó cuánto tiempo llevaba allí. A lo lejos, la voz de su carcelero lo extrajo del estupor.

—¿Recuerdas por qué estás aquí, Billy? —No. No recuerdo nada.

La infancia rota del violador

Billy Milligan, nacido en Miami Beach, Florida, en 1955, creció como cualquier niño, aunque la normalidad era una ilusión. Su madre, Dorothy, se casó tres veces; su padre se suicidó cuando él tenía solo cuatro años, dejando una herida que nunca terminaría de cerrar. Dorothy buscó estabilidad para sus hijos, pero el destino la llevó a casarse con Chalmer Milligan, un hombre despiadado, violento y abusivo.

Las imágenes de Billy Milligan

Las imágenes de Billy Milligan cuando fue capturado.

La infancia de Billy estuvo marcada por vejaciones, abusos físicos y sexuales a manos del padrastro. El secreto de aquel trauma quedaría sepultado bajo capas de confusión y miedo. Sin que nadie lo supiera, algo dentro de Billy se fragmentó para siempre.

En 1977, cuando la policía lo arrestó tras una breve pero intensa cacería mediática, lo acusaron de secuestrar y agredir sexualmente a tres mujeres. El método del atacante era siempre igual. Amenazaba a sus víctimas con un arma, las obligaba a conducir hasta un lugar apartado y allí las violaba. Sin embargo, uno de los detectives notó algo peculiar en su modo de actuar: una de las mujeres afirmó que su agresor parecía “cambiar de voz y de forma de hablar” en medio del ataque.

—Cerró los ojos un segundo —declaró la víctima ante la policía—, y cuando los abrió, era como si me hablara otra persona. Más dulce. No entendía nada.

Lo insólito estaba por revelarse en la sala de interrogatorios. Al principio, Billy se mostró confundido, torpe, incapaz de recordar detalles clave de los crímenes. Pero, en cuestión de minutos, empezó a hablar con acento serbio, luego con voz de niño, y después se acurrucó en un rincón, casi asustado.

El hombre padecía de trastorno

El hombre padecía de trastorno de identidad disociativo y tenía 24 personalidades viviendo dentro de él

El hombre de las 24 personalidades

—¿Quién sos ahora? —preguntó el detective. —Soy David. Tengo ocho años. Tengo miedo del hombre malo.

Las sesiones con psiquiatras y especialistas agravaron la inquietud. Pronto, el caso dejó de ser simplemente judicial. El nombre de Billy Milligan pasó del anonimato a la primera plana de los noticieros nacionales. Expertos psiquiátricos diagnosticaron en él un caso extremo de Trastorno de Identidad Disociativo (TID).

El juez, impávido, escuchó lo que ningún otro magistrado había oído jamás en una corte de Estados Unidos.

—En este tribunal obra el informe psiquiátrico que señala la existencia de al menos diez identidades distintas en el acusado —dictaminó la autoridad—. Pero los doctores alegan que podrían ser más.

El abogado defensor, Gary Schweickart, afrontó el desafío más grande de su carrera. Tenía entre manos a un cliente capaz de transformarse, frente a sus ojos, en Arthur, un inglés meticuloso y frío; en Ragen, un yugoslavo fuerte y violento; en Allen, un joven bromista y manipulador; en Tommy, el escapista astuto; en David, el niño asustado que absorbía todo el dolor.

Una gran parte de su

Una gran parte de su vida estuvo recluido en clínicas psiquiátricas para tratar su trastorno.

Los detalles de cada personalidad

Cada personalidad parecía tener recuerdos y habilidades específicas. Ragen, por ejemplo, hablaba con acento eslavo y aseguraba ser el responsable de los robos, mientras que Allen pintaba retratos en la celda y se mostraba encantador. La evaluación psiquiátrica llegó a contabilizar veinte y cuatro identidades en total, incluyendo a Adalana, la joven lesbiana tímida, quien terminó confesando ser la autora de las violaciones.

—Fui yo —dijo Adalana en una de las sesiones—. Billy no lo sabe. Él nunca lo sabrá.

El psiquiatra, con el ceño fruncido, grabó cada palabra en su libreta.

—¿Por qué lo hiciste? —Estaba sola. Quería cariño. No fue por odio.

El proceso judicial se transformó en un fenómeno mediático. La prensa de todo Estados Unidos, y luego del mundo, persiguió cada giro del caso Milligan: el “hombre de las 24 personalidades”, el “violador múltiple de Ohio”, el “caso imposible”. Los expertos debaten hasta hoy si el diagnóstico fue correcto o si se trató de una interpretación errónea de los síntomas y afirmaciones del acusado.

Algunos psiquiatras, como el doctor George Harding, afirmaron que Billy no podía fingir las transiciones entre personalidades; otros, más escépticos, sospechaban que se trataba de un fraude muy elaborado. Sin embargo, las pruebas médicas —incluyendo patrones de escritura, exámenes neurológicos y poligráficos— apuntaban a la veracidad de los fenómenos documentados en Milligan.

Billy Milligan fue absuelto de

Billy Milligan fue absuelto de la violación de tres mujeres y otros crímenes de robo y secuestro por apelar a su condición de demencia

La vida de Billy en los hospitales psiquiátricos

Mientras tanto, la vida de Billy en el hospital psiquiátrico colmaba de nuevas complicaciones. Fue internado en el Athens Mental Health Center, donde se convirtió en uno de los pacientes más vigilados del país. La dinámica interna del hospital recreaba, en pequeña escala, el microcosmos de una mente fracturada: los psiquiatras trataban a cada una de sus identidades como a un paciente distinto.

Dentro de los muros de la clínica, la multiplicidad de Milligan se volvió un rompecabezas terapéutico. Los doctores observaban episodios en los que la letra de Billy cambiaba de una nota a otra, o cuando alteraba su destreza manual entre una cita y la siguiente. Ragen respondía en voz baja y firme, Arthur corregía el inglés de los enfermeros, Allen cantaba canciones infantiles para los otros internos.

Fuera del hospital, las familias de las víctimas exigían justicia. Los medios amplificaban su dolor y su frustración. El sistema judicial estadounidense enfrentaba un dilema ético: ¿debía enviarse a prisión a un hombre cuyo “yo consciente” nunca participó en los crímenes o debía tratárselo como paciente?

La defensa construyó su línea argumental sobre bases psiquiátricas sólidas. Adalana había abusado de las mujeres, pero para el resto de las personalidades —y para Milligan “real”— aquellos hechos eran inaccesibles, como capítulos ajenos escritos en una novela interna de la mente.

En algunos de los momentos más intensos del juicio, pudo escucharse el siguiente intercambio en voz baja.

—¿Billy, entiendes lo que ocurre ahora mismo? —No lo sé. ¿Estoy soñando? —No, Billy. Estás en la corte.

William Milligan (izq.) y Tanda

William Milligan (izq.) y Tanda Kaye Bartley, quien se casó con él en 1982.

La decisión de la Justicia

Milligan fue declarado no culpable por razón de locura, el primer proceso judicial de Estados Unidos en el que la esquizofrenia disociativa se aceptó como fundamento exculpatorio. Pasaría los siguientes años en una sucesión de hospitales psiquiátricos, al tiempo que la sociedad y la prensa debatían su caso en cada charla de café, en cada portada sensacionalista.

El encierro no detuvo el desarrollo de su perfil mediático. El escritor Daniel Keyes, intrigado por el caso, solicitó entrevistarlo y terminó publicando “The Minds of Billy Milligan”, un libro que ampliaría la leyenda. Décadas después, Netflix estrenaría la serie documental “Monstruos internos: Las 24 caras de Billy Milligan”, llevando la historia —otra vez— al primer plano de la cultura de masas.

Milligan luchó durante años contra su trastorno, recibiendo terapias de integración. Según algunos informes médicos avanzó en la construcción de una “personalidad central”, capaz de reunir bajo una misma conciencia a las demás. Entre los especialistas hubo voces encontradas: algunos aseguraban progresos tangibles en su salud mental, otros veían una manipulación maquiavélica del sistema.

A lo largo de esos años, la madre de Billy, Dorothy Milligan, visitó al hospital cada semana. Sentía culpa y una tristeza desgastada, pero nunca abandonó a su hijo. Los médicos solían verla sentada en los pasillos, tejiendo y esperando, con el mismo gesto melancólico con el que años atrás cruzaba el umbral de su casa en Miami.

—Billy fue un niño roto —decía a los reporteros—. Solo quería que nadie más pasara por ese infierno.

Niño, mujer, extranjero violento, bromista adolescente, artista sensible. En el interior de Billy Milligan convivieron veinticuatro personalidades completas, cada uno con pasados, gustos, manías y fracasos propios.

Un día de mayo de 1986, la noticia sorprendió a todos: Billy Milligan sería transferido a una casa supervisada en el condado de Franklin, tras casi diez años de internación. El sistema judicial autorizaba así una vida semilibre, bajo la excusa de “progreso significativo en la integración de sus personalidades”.

Los vecinos protestaron. Los medios instalaron sus cámaras en la vereda. Billy, en silencio, cruzó la puerta del hospital bajo la mirada de medio centenar de curiosos y policías. Por dentro, acaso, los ecos de sus veinticuatro voces marchaban con él hacia el exterior.

Años después, Milligan viviría retirado, sumido en un casi anonimato. La prisión de su mente resultó tan impenetrable como los barrotes que una vez lo encerraron. Cuando murió en el año 2014, en un hogar para enfermos terminales de Ohio, apenas quedaba rastro de su celebridad.

Lo que nadie advirtió fue que, de todas las voces alojadas bajo el cráneo de Billy Milligan, ninguna volvió a hablar cuando la puerta de la celda se cerró por última vez.