Santiago Terceros
Si Andrés Ibáñez viviera, hoy estaría celebrando la derrota del masismo no por revancha, sino por higiene republicana. Aplauso corto, mirada larga. Terminado el rito de la urna, empieza lo difícil: reconstruir Estado, devolverle dignidad al ciudadano y poner la política a trabajar donde duele, en el territorio. Nuestro prócer que convirtió la palabra igualdad en programa no se haría selfies frente a ruinas. Él pediría cuentas y pondría plazos.
Si Andrés Ibáñez viviera, recordaría que la igualdad no es eslogan, es descentralización efectiva. No esa comedia de competencias sin recursos, sino pacto fiscal. Que la plata baje donde vive la gente. Nada de migajas desde la torre; trabajo serio en la plaza.
Si Andrés Ibáñez viviera, diría que los símbolos valen, pero el presupuesto manda. Y el 50/50 no es capricho,es responsabilidad compartida. Si el municipio mantiene la posta y la gobernación el hospital, que tengan dinero estable y reglas claras. Ese multiplicador territorial (cada peso invertido en el barrio circula más veces que un peso varado en la burocracia) es política social de verdad, sin clientelas. Igualdad administrada, no declamada.
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Si Andrés Ibáñez viviera, pediría cerrar la aduana como la conocemos. No dinamitar la función, sino desmontar la cueva. Fin al festín del papel sellado, de las coimas y de las barreras que sólo sirven para enriquecer intermediarios. Aduana nueva: bajar aranceles, digitalizar todo, trazabilidad desde origen, escáneres en serio, ventanilla única, tiempos de despacho medidos por reloj y publicados online. Menos discrecionalidad, más regla. Competencia para importar, competir para bajar precios, formalizar a los que trabajan y cortar el oxígeno del contrabando grande, ese que lava privilegios en nombre de la patria.
Si Andrés Ibáñez viviera, no se haría el distraído con los autos “chutos”. Es fácil pontificar desde un escritorio; más difícil es mirar la economía real. La respuesta ibañista sería regularizar con condiciones: registro nacional, verificación técnica, origen limpio (lo robado, no pasa), póliza obligatoria, pago de una tasa razonable y trazabilidad electrónica. Integrar lo que ya existe al sistema formal, ampliar base tributaria, ordenar el parque automotor y cortar la extorsión cotidiana. No se premia el delito. Se derrota la hipocresía que lo alimenta.
Si Andrés Ibáñez viviera, exigiría seguridad con ley aplicada. Policía cerca del vecino, carrera meritocrática, equipamiento moderno y controles internos que funcionen. Justicia visible, tiempos procesales que se cumplan y puertas cerradas a la coima. Estado fuerte no es Estado gordo: es Estado capaz, que hace poco pero lo hace bien.
Si Andrés Ibáñez viviera, diría que el estatismo de yeso fracasó y que el mercado sin reglas es una trampa. Pediría un Estado árbitro que garantice libertades y piso de ciudadanía: simplificar trámites, abrir exportaciones, fomentar turismo y exportación de servicios, atraer inversión con seguridad jurídica real (la de los contratos que se cumplen, no la de los amigos del poder). Productividad por encima del relato. Resultados antes que guerra sucia.
Si Andrés Ibáñez viviera, sabría que el narcotráfico es como los turiros: corroen por dentro mientras la fachada sigue pintada. Cooperación internacional bajo paraguas ONU, inteligencia financiera, fronteras con tecnología, y ley aplicada a todos. Soberanía es mandar en casa.
Si Andrés Ibáñez viviera, caminaría los mercados y las ferias, no para prometer milagros, sino para quitar estorbos. Formalizar sin asfixiar. Cobrar poco a muchos, no mucho a pocos. Y devolver en servicios lo que se recauda, con reportes trimestrales que cualquiera entienda.
Si Andrés Ibáñez viviera, respaldaría una aduana pro-exportación: que importar insumos y exportar valor sea rápido, barato y predecible. Bolivia no puede vivir sólo del subsuelo, debe vender su talento al mundo: software, diseño, salud, educación, cultura, experiencias. Turismo que derrama en el barrio, no sólo en la foto de campaña. Puentes al mundo, no murallas de papel.
Si Andrés Ibáñez viviera, miraría al oriente y al occidente con la misma vara: todos a producir más. Diría que las autonomías no son un adorno, son una forma seria de administrar la diversidad. Y que la ruta al federalismo se camina con el 50/50, con responsabilidades claras y cuentas claras.
Si Andrés Ibáñez viviera, repetiría que las mayorías populares no son adorno de tribuna. Son el sujeto central de la república que viene: emprendedores, transportistas, comerciantes, profesionales independientes, obreros, jóvenes que ya producen sin pedir permiso. A ellos hay que devolverles tiempo (menos cola), dinero (menos costo inútil) y dignidad (menos trato de sospechosos). Con eso, el crecimiento no es promesa: es aritmética.
Si Andrés Ibáñez viviera, distinguiría entre clientela y pueblo. Lo primero se compra; lo segundo se convence. La política nueva no regala; libera. No captura; construye. No amenaza; rinde cuentas.
Si Andrés Ibáñez viviera, sonreiría poco y trabajaría mucho. Sabría que esta vez no se trata de “cambiar de jefe”, sino de cambiar el modo: pactar reglas, medir, publicar, corregir. Y que la mejor pedagogía es el ejemplo: cortar privilegios, abrir datos, cumplir la ley.
Si Andrés Ibáñez viviera, vería en este momento la oportunidad de su vida: derrotar definitivamente el centralismo inútil y parir un Estado cercano que no robe ni estorbe. Haría política como se administra una casa: ordenando, limpiando, reparando, sin discursos de salteña. Porque el país se nos cae por dentro. En serio.
Si Andrés Ibáñez viviera sabría reconocer quién recoge su herencia: descentralizar en serio, ordenar la aduana, formalizar sin asfixiar, y hacer del 50/50 el contrato mínimo entre Estado y territorio. No hace falta decir más. El que entienda, que actúe. El resto es bulla.
Paz para Bolivia.