Más allá del clásico asesino serial – que presenta una patología de desorden de personalidad – que vemos en series y documentales sobre crímenes, existe un rasgo psicopático menor que se caracteriza por una baja empatía hacia los otros y una evidente conducta agresiva hacia el contrario. Este rasgo de agresividad social se ha profundizado en nuestra sociedad boliviana, no sólo a causa de la crisis energética, de divisas y por los altos índices de inflación, sino también, por una peligrosa hondura de anulación de principios y valores que durante años fueron minados de manera sistemática.
Los niveles de tolerancia hacia quienes piensan distinto o que postulan una visión diferente a nuestra cultura o visión como comunidad o región, nos genera rechazo, odio visceral y un nivel muy preocupante de agresividad. La crispación está a flor de piel.
Esta radiografía es peligrosa porque rompe aquello que hace propia a una sociedad sana: su confianza como tejido social. Aquella red invisible que hace posible la construcción de un universo en común. De un ideario colectivo. De una visión mancomunada.
Se ha dinamitado todo sentido de pertenencia en el país y esto ha provocado que la desidia colectiva escale a niveles tan tóxicos que ahora da la impresión de que estamos casi a la altura de aquellas psicopatías descontroladas y propias de los malvados e incapaces de sentir emociones y que son, incluso, hasta incorregibles.
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El tono de las charlas y discusiones familiares y vecinales han trepado a unas mesetas que no habíamos visto ni siquiera en épocas de dictadura militar. Quizás por el miedo a ser encarcelados o, peor aún, desaparecidos. La crispación social es mucho más insondable que en aquellas épocas de botas gorilescas.
En un momento de incertidumbre económica y social como el actual, la confianza – o llamado capital social – se ha literalmente desplomado. Y para el grueso de la población, me animo a afirmar, que aquel comportamiento burdo y tóxico de la actual clase política ha horadado el propio funcionamiento adecuado de la democracia.
La desafección ciudadana hacia su clase dirigente es francamente peligrosa. No hay ni un ápice de capital político. No existen ni siquiera partidos o agrupaciones políticas con una carta de navegación o principios y posturas sociales y económicas. Son todos unas juntuchas paupérrimas y abiertamente descriteriadas.
La desinformación, infoxicación, polarización y la falta de consensos está derivando en un duro aprieto de confiabilidad y que ha contribuido a que la sociedad demande, cada vez más, liderazgos creíbles y, porque no, ejemplares. Pero ya ni siquiera eso. No hay un mínimo de decencia.
Cuando en una sociedad las instituciones humillan a sus ciudadanos, estamos frente a una sociedad indecente. Y, cuando, además, se provoca el odio y el encono entre ciudadanos, estamos frente a una sociedad incivilizada. Bolivia es, muy a pesar mío, en estos momentos post evismo y masismo, una sociedad incivilizada e indecente. Esa es la maldita herencia del MAS.
Entonces, estamos con un desorden de la personalidad como sociedad y que combinación el desencanto, la rabia, la ira, la bronca, la ausencia de arrepentimiento o remordimiento, la impulsividad, el abuso brutal de poder y la criminalidad como nuestros actuales rasgos clínicos.
Esta psicopatía impone un alto costo económico, social y familiar a todos los bolivianos como miembros activos de nuestras comunidades. Las personas con estos rasgos de psicopatía cometen entre dos y tres veces más crímenes en total que otras que se inmiscuyen en comportamiento antisocial.
Y no estoy hablando de asesinatos – que ya el narco ha hecho su habitual accionar en el país a causa de la impunidad de los cárteles, mafias organizadas y familias narco cocaleras – sino de la inconducta de no respetar las mínimas normas de conducta y educación social. Respetar el semáforo en rojo, dar paso a los peatones. Saludar a las personas, ceder asientos.
Estamos iracundos. Rabiosos. Tenemos «miradas psicópatas». O estás a favor mío, o estás en mi contra. O eres mi aliado o eres mi enemigo. O eres de un bando o eres del otro bando. No hay puntos de encuentro. De concertación. De acuerdos mínimos. No es posible esa mirada concertadora a causa de una burda percepción de debilidad. Cuando en realidad es fortaleza.
La confianza de los ciudadanos hacia el Estado requiere de instituciones sólidas, con capacidad de impacto tangible en todos los actores sociales. No existen, hoy, instituciones públicas. No hay ni una sola. Y, tampoco, hay, como ciudadanos de a pie, alguien a quien quejarnos por esta ausencia o por su abuso diario. Somos huérfanos de todo y en todo sentido. Por eso, estamos presentando estos rasgos psicopáticos tan peligrosos.