Linkho Pata, ubicado en zona alta del municipio de Tiquipaya, en el departamento de La Paz, ha dejado de ser un pueblo fantasma, gracias al agua
Hace algunos años, la comunidad de Linkho Pata, en zona alta del municipio de Tiquipaya, en el departamento de La Paz, era casi un pueblo fantasma. La falta de agua había secado sus sembradíos y obligado a la mayoría de sus habitantes a migrar. De las 80 familias que vivían allí, solo tres resistieron. Entre ellas estaba la de Constantino Vilca, quien veía con tristeza cómo las casas se derrumbaban y la tierra quedaba estéril.
“Ya no había vida. No teníamos agua para tomar, ni para los pajaritos había. Era un lugar totalmente seco», recuerda. Constantino tuvo que dejar su casa por un tiempo y mudarse al pueblo para conseguir recursos para vivir y para hacer estudiar a sus hijos. Se dedicó a trabajar como chofer en el bus de la línea 120. Pero saber que su comunidad estaba vacía lo seguía persiguiendo.
Fue en una de esas tardes de conversación con un amigo que nació su sueño: construir un atajado, una laguna artificial que permitiera recolectar agua de lluvia y volver a sembrar. Constantino no quería que desaparezca el lugar donde nació. «Mi sueño siempre era tener agua ahí», dice.
El primer paso fue buscar agua para el consumo humano. Luego, Constantino y sus vecinos golpearon puertas hasta conseguir apoyo para algo más grande: una represa comunitaria. La respuesta llegó gracias a la coordinación entre el municipio de Tiquipaya y las instituciones Kurmi, la Red UNITAS con el Fondo de Pequeños Proyectos de Pan Para el Mundo, el Proyecto Sanapi y Armonía, que unieron esfuerzos para financiar materiales, maquinaria y asistencia técnica.
El Municipio apoyó con maquinaria, los comunarios con mano de obra y las instituciones con la compra de geomembrana, tubería, mallas y otros elementos.
La vieja cancha de fútbol de la comunidad se convirtió en el lugar elegido. Allí, hombres, mujeres y niños trabajaron sin descanso. No importaba si granizaba o hacía frío, todos trabajaban para ver la laguna llena. En apenas un mes, la represa estaba lista: 68 metros de largo, 45 de ancho y cinco metros de profundidad.
El cambio fue inmediato. Con agua asegurada, las tierras volvieron a producir papa, maíz, trigo, hortalizas y flores. Los antiguos manzanales fueron reactivados y ahora seis mujeres de la comunidad elaboran vinagre artesanal de manzana, un emprendimiento que ya tiene más de 2.000 litros listos para comercializar.
«Con este proyecto, más allá de abastecerse (con productos) y diversificar su alimentación, las familias también están generando recursos económicos, puesto que el excedente lo van vendiendo en los mercados de Tiquipaya y de Cochabamba», explica Magaly Hinojosa Román, técnica social de Kurmi Adsi. “Eso ayuda a que las familias no se vayan y la comunidad vuelva a crecer”.
El atajado también es una herramienta para cuidar el bosque. En época seca, cuando los incendios amenazan la cordillera, el agua de la laguna puede servir para abastecer a los bomberos y evitar que el fuego avance.
Hoy, cerca del 60% de las familias que migraron están de vuelta. Las casas se reconstruyen, los caminos se mejoran y las chacras se llenan de vida. Una comunidad que parecía condenada al olvido ahora se repuebla.
“Este atajado nos devolvió la esperanza”, dice Constantino, mientras observa el agua que brilla bajo el sol. “Ahora sabemos que vale la pena quedarse y volver a trabajar la tierra.”