En laboratorios y talleres de jóvenes innovadores, los hongos se transforman en ladrillos, paneles y estructuras que respiran, se reparan y se adaptan al entorno. Más que un avance técnico, es una revolución cultural. Estamos aprendiendo a construir como lo hace la naturaleza, en ciclos de vida, simbiosis y regeneración.
Fuente: Ideas Textuales
En un laboratorio de Utrecht, el profesor Han Wösten sostiene entre sus manos un objeto que parece una esponja endurecida. Es un material cultivado a partir de hongos, diseñado para convertirse en pared, en ladrillo o en techo. En su superficie porosa subyace la idea de que los edificios del futuro no sean monumentos de cemento y acero, sino organismos vivos, capaces de crecer, adaptarse y hasta repararse solos.
La escena podría parecer un relato de ciencia ficción, pero ocurre en la Europa de hoy. Investigadores de distintas latitudes están ensayando con micelio, la red subterránea de filamentos de los hongos, para dar vida a materiales autorreparables, biodegradables y sostenibles. Lo que se investiga en sus laboratorios podría abrir un giro arquitectónico tan profundo como el que produjo el hormigón en el siglo XIX. Un cambio que no es solo técnico, sino cultural. Aprender de la naturaleza en tiempos de crisis.
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Durante siglos, los hongos han sido condenados a la invisibilidad. Su parte visible, la seta, es solo la punta de un iceberg biológico. Lo esencial sucede bajo tierra. En una trama de hifas que conecta a los árboles, que recicla la materia muerta y que, en silencio, mantiene con vida a los ecosistemas. Hoy sabemos que no solo permite a los bosques intercambiar nutrientes, sino que puede inspirar otra forma de habitar nuestro mundo.
Las pruebas son con ladrillos que crecen en moldes a partir de residuos agrícolas, con paneles acústicos cultivados como si fueran panes, con estructuras temporales que, tras cumplir su función, pueden devolverse a la tierra como compost. El micelio no es simplemente un sustituto verde del plástico o del cemento. Obedece a otra lógica, que en lugar de extraer y agotar, cultiva y regenera.
El concepto que circula entre los investigadores se llama engineered living materials, materiales vivos diseñados para interactuar con el entorno. Paredes que cicatrizan grietas, techos que absorben dióxido de carbono, superficies que purifican el aire. Lo que hasta ahora definíamos como edificio, considerado un objeto inerte, rígido, ajeno al paso del tiempo, comienza a parecerse más a un organismo, con su propia capacidad de respuesta y adaptación.
Este viraje técnico implica un gran desafío simbólico. Habitar un edificio vivo exige revisar nuestros hábitos culturales, aceptando que no estamos separados de la naturaleza, sino inmersos en ella. Lo mismo que ocurre con el pan fermentado o con las levaduras de nuestra digestión, la vida microscópica no es amenaza, sino condición de existencia. Y, sin embargo, no será fácil superar la resistencia de quienes ven en el hormigón un ideal de pureza y permanencia.
La urgencia es evidente. El sector de la construcción produce más de un tercio de los residuos en Europa y hasta un 12% de las emisiones nacionales de gases de efecto invernadero. Frente a esa cifra, un ladrillo de micelio es un gesto mínimo, pero con visión de futuro, pues recicla desechos y absorbe carbono, transformando el residuo agrícola en materia viva.
La potencia de esta innovación no se agota en la eficiencia ecológica. También es cultural. En el rizoma del micelio, que se expande sin centro ni jerarquía, muchos pensadores han visto un modelo de organización alternativo. La arquitectura que incorpora hongos nos obliga a imaginar ciudades menos rígidas, más colaborativas, menos obsesionadas con la permanencia y más abiertas al cambio.
Las dudas sobre la durabilidad de estos materiales, los costos iniciales y la desconfianza del mercado son obstáculos reales. Pero en paralelo crece un movimiento cultural, en la literatura, arte y filosofía, que reivindica a los hongos como símbolos de resiliencia y colaboración interespecie. Quizás por eso, que la arquitectura comience a trabajar con micelio no parece casualidad, sino parte de un clima de época que busca desesperadamente alternativas al modelo extractivista.
Construir con hongos, en definitiva, es construir metáforas de cuidado, de interdependencia, de regeneración. En tiempos de emergencia ecológica, quizá la lección más radical la dan estos seres milenarios que saben habitar en silencio y que, ahora, nos ofrecen un modelo de futuro.
Por Mauricio Jaime Goio.
Fuente: Ideas Textuales