Los ídolos de Tuto


Si la élite tutista se obstina en volver a los 90, si se resiste a quemar sus ídolos, entonces seguirá en el error

El candidato Tuto Quiroga ha prometido que, de ser presidente, “todo se cierra, todo se concesiona, todo se privatiza”. Refiriéndose, claro está, a las empresas del Estado. Esta consigna parece haber salido directamente de los años 90 del siglo pasado, cuando estaba en auge el neoliberalismo. Ya ha pasado mucho tiempo. La pregunta es por qué Quiroga insiste en algo que fracasó espectacularmente a principios de este siglo.



Fuente: La Razón

No se trata solo de un caso individual. Tuto Quiroga representa a buena parte de las clases alta y media-alta de Bolivia, como pudimos ver en las elecciones del 17 de agosto por sus victorias en la Zona Sur de La Paz, la Zona Norte de Cochabamba, los primeros anillos de Santa Cruz y los “centros” de otras capitales. ¿Por qué estos sectores sociales, pese a que cuentan con mayor educación que el promedio, no logran entender que sacar radicalmente al Estado de la economía en los 90 fue una equivocación que terminó engendrando al MAS? ¿Por qué quieren repetir este error, aunque esto seguramente sería dañino a largo plazo para sus intereses?

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En 1938, el intelectual boliviano Guillermo Francovic publicó un libro titulado “Los ídolos de Bacon”, en el que exponía las definiciones del filósofo inglés Francis Bacon de los obstáculos que impiden lograr un razonamiento correcto. Bacon llamaba a estos obstáculos “ídolos”, especialmente en uno de los sentidos de esta palabra latina, que es el de “fantasmas”. Porque los errores, como es obvio, rara vez son conscientes; obedecen a causas difíciles de ver y por eso en gran parte incontrolables. Recordemos que Freud decía que los errores, y sobre todo su repetición, son síntomas del inconsciente. (Aun así, siempre es posible hacer terapia y cambiar).

Siguiendo a Francovic/Bacon, afirmemos que Quiroga —y la élite que se representa en él— se equivoca históricamente por influencia de “los ídolos de la tribu, la caverna y el teatro”.

Los ídolos de la tribu son los que favorecen que uno crea aquello que los demás (la “tribu”) también creen. Y que solo admita las innovaciones y tenga las percepciones que reafirmen sus creencias. En términos modernos, diríamos que son un “efecto de refuerzo” producido por el reconocimiento social. Si Tuto o cualquier otro miembro de las clases altas dijera, por ejemplo, que el modelo social boliviano debería ser híbrido, distinto que el que poseen los países de referencia de estas clases sociales, irremediablemente quedaría apartado.

Otro ídolo de la tribu conduce a no pensar en el largo plazo y a concentrarse, en camino, en las ventajas inmediatas; por ejemplo, en la tajada que algunos grupos de poder podrían sacar de la privatización. Sí, pero, ¿al costo de volver a perder el poder y de ser nacionalizados al cabo de algunos años? ¿No existe acaso un camino intermedio más sostenible?

Los ídolos de la caverna son los que nos hacen creer que tenemos razón y los demás no la tienen, que nuestros sentimientos y nuestra moral son mejores que los de los demás. Estos son los ídolos más perniciosos para la élite tutista, pues esta, por su posición social y por racismo, se niega a considerar válidos los sentimientos y las creencias populares. “¡Qué saben estos!”, se escucha a menudo en estos días respecto a los rivales cholos del tutismo. Por eso la élite no toma en consideración o, más bien, desprecia la pasión nacionalista popular, pese a la enorme vigencia que ha demostrado tener a lo largo de la historia boliviana. Si el pueblo insiste una y otra vez en nacionalizar los recursos naturales, para la élite lo hace por “ignorante” o porque “fue engañado”, no porque eso responda a sus creencias e intereses de largo plazo y, por tanto, sea una posición a considerar en el contrato social.

Por último, los ídolos del teatro son las formas tradicionales de pensar que siempre es dificultoso dejar de lado para afrontar algún fenómeno que, por una razón u otra, se resista a lo establecido. Es más fácil echarle la culpa a un factor exógeno (una confabulación sindical, un “golpe chavista”), que aceptar que la privatización/capitalización que te apasionaba no cumplió sus objetivos económicos, terminó desgarrando el tejido social, se realizó con corrupción, se defendió con masacres y se volatilizó en pocos años, si dejar casi nada atrás suyo.

Si la élite tutista se obstina en volver a los 90, si se resiste a quemar sus ídolos, entonces seguirá en el error: extenderá aún más el ciclo reprivatización-renacionalización que sufre el país y así le dará un empujón más a la oscilación sin término del “péndulo boliviano”. Perderemos tiempo, plata, instituciones y paz social.

(*) Fernando Molina es periodista

Fuente: La Razón