Por Roger Mario Castellón Saucedo
Bolivia debe entender una verdad incómoda: no habrá presidente que nos salve, ni caudillo que nos rescate del pozo en el que nos hundió el socialismo. Esa ilusión mesiánica nos ha costado demasiado. Hoy, frente a una segunda vuelta electoral, los dos binomios en disputa apenas prometen administrar la crisis, estabilizar la economía y repartir culpas. Pero ninguno encarna la visión de país que necesitamos para salir del pantano y caminar hacia la libertad.
El próximo gobierno, con toda seguridad, será de transición. Eso significa que no transformará Bolivia: apenas tendrá el deber de limpiar los escombros, reconstruir lo que se pueda y rescatar las instituciones que el MAS dejó agonizando. Lo que viene no es la victoria, sino la cirugía de emergencia; no es la refundación, sino la tarea ingrata de salvar lo que aún no está perdido. Y aquí entra el punto más controversial: el futuro de Bolivia ya no depende de un presidente, sino de nosotros mismos. El ciudadano boliviano debe dejar de comportarse como un súbdito que espera órdenes y favores, y asumir que la democracia solo se sostiene si se la vigila con firmeza.
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La experiencia histórica es clara. En los años 80, tras el fin de las dictaduras, fueron los ciudadanos quienes impusieron elecciones libres y frenaron la tentación de un regreso al autoritarismo. Hoy ocurre lo mismo: si los bolivianos no levantamos la voz y no asumimos nuestro rol de guardianes de la libertad, la transición será solo otro episodio de engaño, donde cambian los rostros, pero no las prácticas. Nuestra peor enfermedad política tiene nombre: caudillismo. Es la adicción a esperar al “hombre fuerte”, al “salvador” que supuestamente resolverá todos los males. Esa mentalidad, heredada de nuestra historia republicana y alimentada por el populismo, es la que nos mantiene encadenados a la miseria.
El gran error del ciudadano común es creer que la batalla se libra en las urnas. No. La verdadera batalla es cultural, y ya empezó. En universidades, en medios, en redes y en calles, nuevos liderazgos y voces libres están levantando un discurso que incomoda al poder: el de la libertad frente al adoctrinamiento, el de la propiedad frente a la estatización, el de la democracia frente al autoritarismo. La historia del mundo enseña que las ideas siempre se imponen antes que los cañones: la caída del Muro de Berlín fue el resultado de un pueblo que maduró y se rebeló contra el sometimiento. Bolivia solo cambiará cuando entendamos que, sin libertad, todo lo demás es miseria.