En época electoral es normal escuchar discursos plagados de frases como “Salvar el país”, “Hacer grande la patria”, “Recuperar el país” y un sinfín de argumentos nacionalistas con el fin de representar el orgullo boliviano. Pero, cuando se llega a un análisis más profundo sobre qué une al boliviano, estos discursos quedan como simples cáscaras de una respuesta vacía que nadie aún puede responder.
Muchos acusan que esto es un síntoma del paso de “República a Estado”, donde más allá de un cambio de nombre se buscó reconocer la diversidad del país y cómo esto nos unía como nación: “tan diferentes pero unidos”. Una alusión a lo que podríamos ser, una narrativa poética pero débil, porque no hay un motor que dé fuerza a ese sentimiento de que, a pesar de las diferencias, todos somos bolivianos.
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Este tipo de situaciones no es algo particular del país, sino de nuestra región. Perú, Colombia y Argentina poseen características similares, pero todos esos gentilicios tienen factores de identidad nacional. Colombia con su café, Argentina con sus costumbres y Perú con su gastronomía o hasta su memoria histórica comparten símbolos de identidad que no excluyen etnias, regiones o culturas. El sentimiento nacional sobrepasa cualquier discurso de pertenencia o de reivindicación étnico-cultural.
Bolivia, en su defecto, no logra aterrizar una idea moderna que represente una unión entre oriente y occidente. La causa marítima ha perdido fuerza y es un recuerdo que ya no genera anhelo, más aún con el fracaso diplomático vivido en 2019. Esa fue la estocada final que mostró que el anhelo del mar, más que un puente de unión entre bolivianos, se había vuelto una herramienta obsoleta para mover masas.
Paralelamente, sí existen argumentos de orgullo étnico-regional, remontándonos a los 90 con el Katarismo, la restitución del Collasuyo y la reivindicación de los pueblos oprimidos por los k’aras. Por otro lado, el Cruceñismo, definido como el sentimiento de orgullo y respeto por haber nacido en Santa Cruz, no posee bases u orígenes étnico-culturales; es más bien una identidad impostada, promovida por el discurso de rechazo al centralismo y una falsa rivalidad con el occidente, a quien se culpa de todos los males suscitados a la nación camba.
Ambas corrientes son altamente volátiles, fáciles de generar adeptos y de ser transmitidas de generación en generación, lo cual genera conflicto cuando se entiende que ambas parten de ideas que promueven rivalidad, cual lucha de contrarios. Al principio suena inofensivo, pero al no tener ninguna idea de identidad que englobe al país, se vuelven más fuertes y difíciles de dejar atrás.
Es por eso que las declaraciones incendiarias de Edman Lara y los tuits racistas de Juan Pablo Velasco, ambos candidatos a la vicepresidencia, son normalizadas o justificadas por ciertos grupos o simpatizantes. En el caso de Lara, crece en un ambiente austero donde la visión deformada del k’ara o camba genera rechazo bajo la idea de opresores contra oprimidos; mientras que Juan Pablo posiblemente repite ciertos mensajes o discursos provenientes de un entorno que acostumbraba hablar con esos términos. Eso no significa que aún sea racista, pero sí demuestra lo arraigado que está el cruceñismo nocivo.
Tomar como referencia la cultura aún es más complejo, dada la diversidad existente, y encontrar algún referente como la gastronomía o el turismo se vuelve una competencia. Tal vez, como mencionaba Rodrigo Paz, la Guerra del Chaco podría ser un motor de impulso, o un mayor énfasis en los símbolos patrios podría penetrar las ideas nocivas de las corrientes contrarias.
Pero la conversación no debe terminar con la segunda vuelta. Se debe generar debate, espacios de conversación e ideas para poder encontrar un motor que una al boliviano, que genere orgullo, patriotismo y termine con rivalidades impostadas u obsoletas. Aún se busca una identidad que nos una como nación, algo que no debemos olvidar.
Jorge Caro Molina
Abogado