La investigadora independiente Araceli Gómez, miembro fundadora de la Cooperativa Visual, señaló que el desafío más profundo frente a las violencias contra las mujeres radica en cuestionar lo que la sociedad ha naturalizado como parte de la vida cotidiana.
Fuente: ANF
Sostuvo que la violencia se ha vuelto una realidad “lastimosamente cotidiana” en Bolivia y el mundo, y que hoy se enfrenta una avanzada de discursos conservadores que refuerzan su normalización.
Según la investigadora en entrevista con el programa El Hueco en el Muro de Wayna Tambo canal, Bolivia atraviesa un contexto “crítico” donde la violencia de pareja es la más denunciada, seguida de la violencia psicológica, física y sexual. En 2024 se registraron más de 37 mil casos de violencia familiar y más de 5 mil delitos por razón de género, con altos niveles de impunidad.
“La mayoría de las agresiones suceden en los hogares, ejercidas por parejas o familiares, en espacios que deberían ser de protección”, afirmó Gómez.
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La investigadora recordó que la Ley 348 tipifica 18 formas de violencia, aunque persiste un grave subregistro, sobre todo en comunidades rurales donde la desconectividad limita el acceso a la justicia. “No todo lo que no se denuncia deja de existir. Hay muchas violencias que no llegan al sistema porque las mujeres temen represalias o no confían en las instituciones”, subrayó.
Gómez señaló que la violencia no puede analizarse solo como un acto individual, sino como una práctica sostenida por estructuras sociales, económicas y políticas. “El trabajo no remunerado de cuidado, el control del cuerpo y las tareas domésticas impuestas por género son expresiones de una violencia normalizada. Se trata de estrategias de control que el sistema capitalista reproduce”, explicó.
También criticó la romantización de la familia tradicional como “espacio ideal de bienestar”, una narrativa que, según dijo, encubre los altos índices de violencia intrafamiliar. “La familia nuclear, tal como se concibe, no siempre es un refugio; muchas veces es el primer espacio de subordinación y silencio para las mujeres”, expresó.
En su análisis, Gómez introdujo el concepto de necropolítica, retomando a la teórica Sayak Valencia, para describir cómo los cuerpos de las mujeres se vuelven “desechables” dentro de sistemas que producen valor a partir del sufrimiento. “Los feminicidios y las violencias extremas no son hechos aislados; son manifestaciones de un sistema que regula la vida y la muerte según su utilidad”, afirmó.
Entre las formas de violencia menos atendidas, mencionó la trata y tráfico de mujeres, los embarazos adolescentes derivados de la falta de educación sexual integral y la violencia vicaria, donde los hijos son usados como instrumentos de castigo contra las madres.
“La violencia vicaria está creciendo, y el Estado aún no ha diseñado mecanismos para atenderla con enfoque de género”, advirtió.
Para Gómez, enfrentar esta realidad requiere articular respuestas colectivas desde los territorios y los espacios comunitarios. “La esperanza no viene de arriba, sino de los comunes, de las mujeres y diversidades que se organizan y crean alternativas fuera del mandato social”, afirmó.
Finalmente, enfatizó que el mayor desafío es mantener un cuestionamiento constante a lo que la sociedad considera “normal”. “Tenemos que hablar de lo incómodo, interpelar los discursos, incluso los que circulan en redes como TikTok. Solo así podremos romper con las violencias que hemos aprendido a aceptar como parte de la vida”, concluyó.
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