Anoche, Bolivia se detuvo frente a la pantalla, no por emoción, sino por esa curiosidad cansada de quien, aun sin esperar milagros, quiere ver qué pasa. Dos figuras conocidas aparecieron bajo los reflectores: Rodrigo Paz y Tuto Quiroga. Ambos llevaban en el rostro las marcas del cansancio, ojeras, tensión, como quienes cargan un gran peso en sus hombros. Y el país, parecía sostener la respiración.
Rodrigo Paz habló como quien teme que el reloj le gane, su voz, lineal y veloz, se movía con la precisión de quien memorizó cada dato, era evidente que había estudiado, enumeró cifras, datos, diagnósticos, con ese ímpetu que busca demostrar competencia más que conectar. Pero en política, como en toda comunicación humana, el exceso de información puede convertirse en ruido, ya que su discurso fue técnico, leído y sin pausas para digerir, no hubo respiro para el oyente.
Tuto Quiroga en cambio, no corrió, entró con la calma de quien conoce el escenario, no habló de memoria, habló con memoria, no leyó su discurso, lo contó con un tono conversacional, casi íntimo de anécdota, acompañado de su lenguaje corporal, controlado. Las manos acompañaban las ideas con naturalidad, no con dramatismo, transmitía serenidad de quien confía en su argumento, sin necesidad de gritarlo.
La diferencia entre ambos se sintió en el ritmo: Paz era velocidad, Quiroga, equilibrio. Mientras uno intentaba abarcarlo todo, el otro optó por concentrarse en lo esencial. En un debate donde el boliviano ya no escucha con paciencia, esa estrategia puede marcar la diferencia.
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En la pantalla, Paz iba y venía, se balanceaba de un lado al otro, casi como si su cuerpo buscara sostener el peso de sus ideas, Tuto en contraste, se mantenía firme, con esa quietud que comunica control, no superioridad, sino seguridad.
Y entonces, llegó la frase que cerró la noche: “Votemos libre” Paz la lanzó como quien deja su firma final, con fuerza, casi buscando redención, pero el eco fue ambiguo, el país la escuchó y al instante, ya se podía imaginar el ciclo inevitable: los memes, las parodias, los videos que se multiplican y transforman lo serio en comedia. Hace un tiempo la política boliviana se volvió un espectáculo donde los gestos pesan tanto como las ideas y si son llamativas en cuestión de minutos se convierten en guiones de muchos creadores de contenido.
¿Y, los indecisos? ¿Lograron entender algo más allá del ruido? Tal vez algunos encontraron certezas, o la mayoría, apenas sensaciones, porque en el fondo, este tipo de debates no convencen, confirman, y el ciudadano, abrumado por tecnicismos y frases hechas, se aferra más al tono que al contenido, más a la emoción que al dato.
Tuto logró transmitir serenidad en medio del vértigo, su discurso no buscó deslumbrar, sino ordenar, su tono pausado contrastó con la ansiedad del otro candidato. Y aunque la mayoría no lo dirá en voz alta, esa diferencia se notó.
Las cámaras se apagaron, pero la tensión no, el país quedó suspendido en una calma que no engaña, porque como advirtió Sun Tzu, “la suprema excelencia consiste en romper la resistencia del enemigo sin luchar”. Esta vez, la batalla no fue de gritos, sino de gestos y la verdadera estrategia, quizás, fue la serenidad.
Ahora empieza la cuenta regresiva, los minutos se acortan, las palabras se miden, los silencios pesan. Cada declaración puede inclinar la balanza, vienen días en las que la calma será solo aparente, el aire estará tenso y el país, expectante. Porque cuando todo puede cambiar con una frase, el silencio también irá a votar.
Rocío Jurado B.
Comunicadora Social. Consultora en Imagen, Etiqueta y Protocolo.