La “decencia” y el nuevo liderazgo


La primera interpretación errónea de la votación de ayer es que la migración de votos de simpatizantes del MAS hacia la candidatura de Rodrigo Paz y Edman Lara, significa automáticamente la exigencia de que las nuevas autoridades se inclinen por una nueva versión del populismo de izquierda, como si no hubiera pasado nada en estos 20 años.

Las bases masistas, como el resto de la población en el país, vivieron y viven las consecuencias de la crisis económica y del descalabro institucional en los que el MAS dejó sumido al país.



Que 9 de cada 10 bolivianos reprueben la gestión de Luis Arce y que 8 de cada 10 tengan una percepción negativa de Evo Morales, muestra que el desencanto es generalizado y que, si la gente que antes respaldaba esos liderazgos ahora va en busca de nueva representación, lo hace porque seguramente quiere un nuevo rumbo.

Si los antiguos seguidores del MAS prefirieron a Rodrigo Paz y no a Tuto Quiroga, es porque observaron en el expresidente el riesgo de que puedan revertirse muchas de las conquistas sociales.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

Si hubo, en algún momento, alguna duda y la sensación de que incluso los sectores populares se iban a inclinar por un candidato con mayor perfil técnico como Quiroga, la voz de las urnas confirma que la gente ha depositado su confianza en Paz como el aspirante del equilibrio y el fin de la polarización en el país.

La sabiduría democrática de los bolivianos se manifestó en el voto: no más izquierda radical y desubicada históricamente en el mundo, pero tampoco una derecha profundamente conservadora que promueva, nuevamente y desde otra trinchera, las tensiones y la división interna.

La gente votó también contra la corrupción y el abuso, dos de los temas que formaron parte de la narrativa del vicepresidente Electo, Edman Lara, y que seguramente serán objeto de un riguroso seguimiento público.

Los bolivianos de los sectores más pobres – casi un tercio de la población y otro en el umbral de la pobreza – entienden la corrupción como un maltrato del poderoso.

En ese sentido, Rodrigo Paz tiene ante sí el enorme desafío no solo de luchar contra la peor crisis económica de los últimos 40 años, sino la de demostrar que se puede gobernar verdaderamente con las mejores bolivianas y los bolivianos más capaces, sin caer en las preferencias familiares o de los entornos que suelen transformarse en el cerco que asfixia y complica las gestiones presidenciales.

Los bolivianos esperan un gobierno “decente” – lo de izquierda o derecha no tiene relevancia -, lo que implica, como lo subrayan los diccionarios, “seguir normas sociales y morales, actuar con rectitud y evitar comportamientos ilícitos o moralmente cuestionables”.

Si Paz consigue proyectar, a través de sus decisiones, una imagen de sobriedad y respeto a la gente, habrá dado un paso enorme para convertirse en un auténtico agente de cambio.

Se sabe que las mejoras en la economía no serán inmediatas, que demandarán esfuerzo y sacrificio de muchos, pero la prédica debe ser con el ejemplo, con la virtud. Los tiempos son para un liderazgo sobrio, sin estridencias, sin gritos de venganza, un liderazgo austero y de a pie, para que la gente acompañe y respalde los cambios, y de paso deje definitivamente al MAS en el pasado.