Augusto Díaz Villanueva
A simple vista, la derrota de LIBRE en las elecciones no parece tan grosera: un 54,5% a 45,5%. Cinco bolivianos y medio de cada diez (fuera de nulos, blancos y ausentes) votaron por Rodrigo Paz y Edman Lara, mientras que cuatro y medio lo hicieron por Tuto y Juan Velasco. No obstante, si nos adentramos a ver más a detalle, observamos que LIBRE perdió en cinco de nueve departamentos; si vamos más allá, notamos que la diferencia entre ambos es de nueve puntos porcentuales. En términos absolutos, son más de medio millón de votos de diferencia. Así, mientras más escarbamos en la campaña electoral, nos damos cuenta de que la derrota es de proporciones apocalípticas, al menos para la política tradicional. ¿Por qué?
Entre los practicantes de la política es ampliamente conocido el adagio “emenerrista” de que, para lograr la presidencia, se precisan, al menos, las tres “p”: partido (sigla + estructura territorial), persona (candidato) y plata. El domingo pasado se conoció al ganador de las elecciones que, curiosamente, hasta días antes de las inscripciones no contaba ni con partido (al final consiguió solo la sigla) y hasta el fin de la primera vuelta tampoco tenía plata. Mientras que en las aceras de enfrente hubo candidatos que no tenían un partido, sino varios, conglomerados de candidatos y dinero de sobra. ¿Cómo es que un partido con tan poco le gana a uno que, tan solo en propaganda en RR. SS. de un candidato, gastó más de lo que hubiera ganado, bajo el concepto de sueldo, durante los cinco años de gobierno?
Ambición desmedida. Si algo caracterizó al equipo de LIBRE fueron sus ganas de acaparar todo. Decidieron separarse del proyecto de unidad opositora por no querer compartir el gobierno con nadie, mucho menos las listas de asambleístas. Pero eso solo es una muestra de la ambición. Tras llegar como segundos, bastante por detrás del primero, a la segunda vuelta, decidieron no realizar alianzas significativas. Es más, uno de los hombres fuertes de su partido, Luis Vásquez, salió a declarar que, sin tener mayoría, lograrían la presidencia de ambas cámaras de legisladores. Pero la ambición no se quedó ahí: antes de siquiera llevarse a cabo la segunda vuelta, ya habían cuoteado todo el Ejecutivo y tenían candidatos a todas las gobernaciones y alcaldías grandes del país. Hoy esos acuerdos parecen rotos en todo sentido y, como dicen, “en política, el que no comparte, pierde”.
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Cero espacio a la disidencia. Una narrativa fuerte y coherente es base para toda campaña política, pero si dicha narrativa transita hacia una verdad incuestionable, pierde la capacidad de verse a sí misma e identificar errores. ¿Qué quiero decir? Simplemente que jugar al bravucón señalando de masista a cualquiera que no apoye a Tuto fue un despropósito enorme. No permitió generar alianzas ni crítica interna. Además, provocó fanatismo, al punto de que hoy varios de sus seguidores califican a Javier Milei y María Corina Machado, por el hecho de felicitar a Rodrigo Paz, como comunistas pro Evo Morales: un sinsentido total.
Guerra sucia. Aunque todos los frentes terminaron entrando en el juego, quien se llevó el premio fue el equipo de LIBRE. Su asesor de cabecera, exasesor de Pablo Escobar (no del futbolista), es conocido en el continente por dirigir campañas electorales desde esta perspectiva. Fiel lector de Debord, Durán Barba sigue la idea de que el espectáculo no oculta la realidad, sino que la reemplaza. Así, no se trata de la clásica campaña negativa —en la que se resaltan los aspectos negativos de un candidato—, sino de una inventiva sobre la vida personal. Y aunque la incursión de esta perspectiva tan pobre tuvo sus efectos, se olvidaron de que los electorados se entrenan (dejan de creer y asumen una posición crítica). El poder de la guerra sucia de LIBRE fue perdiendo efectividad a medida que avanzaba la campaña y terminó produciendo un efecto bumerán (les volvió a ellos hasta acabarlos). Lo lamentable es que Durán Barba se lleva su millón de dólares, mientras deja a los bolivianos peleados.
Racismo como estrategia política. Sí, no fueron errores de campaña, tuits escarbados del pasado o comentarios de algunos personajes fuera de lugar. Lo que hizo el equipo de campaña de LIBRE fue desplegar una tecnología del poder que buscó jerarquizar y producir identidad política desde el antagonismo. Aunque intentaron aparentar que los comentarios y dichos de algunos dirigentes de dicha tienda política eran deslices individuales, basta con hacer una revisión de las principales cuentas de activistas de ese partido en RR. SS. para evidenciar que tenían una idea que imponer: “los indios ignorantes y masistas votan todo menos LIBRE”. Aunque esto pareciera descabellado, fue así, y es una estrategia que se usó en otras latitudes con éxito. Lástima que, en Bolivia, por la composición social y la importancia del factor étnico, provocó el efecto contrario. La memoria larga, como diría Rivera, operó como mecanismo de resistencia, logrando revertir el estigma.
Lujo y exceso en tiempos de crisis. Aunque se pensaría que una campaña con recursos casi infinitos, como la de LIBRE, implica ventajas cualitativas (definir una narrativa en colaboración con medios principales, mayor margen de experimento, etc.) y cuantitativas (mayor propaganda, spots, contratación, pago a voluntarios, etc.), en un contexto de crisis económica resultó contraproducente. Un trabajador promedio vio cómo el ahorro de toda su vida (20.000 a 40.000 dólares) podía gastarse en una tarde, tan solo en vuelos privados. La excesiva publicidad en todos los medios terminó produciendo ruido y hastío antes que identificación. Los conciertos gratuitos y escenarios millonarios, fuera de la diversión, generaban desconfianza.
Narrativa mal manejada. Esto es complejo y, como todos los puntos, podría escribirse un artículo por cada uno, pero dos casos bastan. “Samuel y Claure privatizarán el litio”. Si bien el discurso apeló al mito de la riqueza natural y significó un rechazo a Alianza Unidad, ese descontento no podía ser capitalizado por LIBRE. Se olvidaron de que Tuto fue uno de los principales, entre otras cosas, promotores de la privatización del agua en Cochabamba. Una vez más, su ataque terminó produciendo un efecto bumerán. “Vamos a prestarnos 12.000 millones”. Más allá de que se sabe de la necesidad de divisas, también se sabe que la deuda externa que deja el MAS ronda los 13.000 millones de dólares. ¿Prestarnos casi la misma cantidad para salir de la crisis? Alrededor del 85% de la población trabaja con capital prestado y sabe lo dura y cara que es la deuda. Es necesaria, pero creer que viene a ser la solución estructural no cuadra.
Cerco mediático. Se pensaría que tener el control de los principales medios de comunicación es una ventaja estructural en campaña, pero cuando dichos medios dejan de informar de forma imparcial y se convierten en agencias de campaña política, se cruza una línea insalvable. Ello explica por qué, a pesar de que Tuto ganaba las últimas dos encuestas por una amplia ventaja, no producía ninguna sensación de victoria o derrota, menos un verdadero interés en la población en general. Por otro lado, el control de los medios principales creó una burbuja informativa que no permitió a los seguidores de LIBRE palpar la realidad y, además, provocó el crecimiento de medios medianos y pequeños que terminaron reproduciendo una narrativa que favoreció al PDC.
Aliados significativos, pero innecesarios. LIBRE tuvo como aliados a los Demócratas en Santa Cruz, a Iván Arias en La Paz y a Eva Copa en El Alto. Aunque en el primer caso no se puede decir que le jugó en contra, en los otros dos sí ocurrió así. Los tres aliados mencionados están en el ocaso de su experiencia política y no tienen perspectivas serias a futuro. Si bien manejaban importantes espacios burocráticos —dos alcaldías y una gobernación usurpada—, al final implicaron cerrarle la puerta a nuevos actores que terminaron operando para la competencia. Olvidaron que el signo del momento es la renovación.
Aunque hay otros puntos relevantes, los mencionados bastan para demostrar que la derrota de LIBRE fue enorme. Tenían todo a su favor: dinero, partidos, aliados, medios de comunicación; no obstante, perdieron, y no por poco. Me atrevería a afirmar que la lección para la clase política, con miras a las subnacionales, es que las viejas lógicas —no solo en cuanto a los actores, sino también en cuanto al quehacer político— están de salida. Bolivia está pidiendo otro modo de hacer política: menos espectáculo, más empatía. Los que no entiendan eso seguirán marchando hacia el paredón.