Tierra de paz


 

Cuentan las crónicas del 20 de octubre de 1548 que, por orden de Pedro de la Gasca, Virrey de la Audiencia de Lima, el conquistador español Alonso de Mendoza fundó la ciudad de Nuestra Señora de La Paz. El objetivo era establecer una ciudad estratégica entre La Plata, Potosí y Lima, para proteger el comercio de metales preciosos. Simbólicamente, la ciudad fue creada con el nombre de Nuestra Señora de La Paz, en conmemoración a la pacificación de los conflictos armados que se habían producido entre las facciones de los conquistadores españoles Francisco de Pizarro y Diego de Almagro.



Entre finales de 1942 y comienzos del siglo XIX, la corona española se encargó de emplazar ciudades a lo largo y ancho del nuevo mundo. Ciudades, villas, asentamientos humanos de toda clase que servían a las políticas imperiales. Muchas de ellas permanecen incólumes luego de siglos, otras, por el contrario, fueron abandonadas o trasladadas de acuerdo al interés de la corona, ya sea porque se encontraba una mejor localización del sitio o simplemente porque los recursos naturales terminaban por agotarse.

La ciudad de Nuestra Señora de La Paz, fue fundada originalmente en medio de la estepa altiplánica de la actual Bolivia, en la localidad de Laja, a unos 27 kilómetros en dirección oeste del sitio que ocupa actualmente. Tres días más tarde, el 23 de octubre, los conquistadores llegaron al valle de “Chuquiago” (lugar de siembra o cosecha), en inmediaciones al río Choqueyapu (rico en oro), donde decidieron, por las condiciones del clima, el agua y los vastos terrenos verdes aptos para la agricultura, redactar los documentos y fundar definitivamente la ciudad que se conocería también como “Chuquiago Marka”.

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Para poblar la nueva ciudad, los habitantes de Laja debieron ser trasladados, aunque con el paso del tiempo, también llegaron colonos europeos y nativos de otras partes del continente, atraídos por las historias de riqueza y el oro. Para 1555, el rey de España, Carlos I, regaló a la ciudad el escudo de armas que se conserva hasta la actualidad, con la leyenda que conmemora la paz y la reconciliación: “Los discordes en concordia, en paz y amor se juntaron y pueblo de paz fundaron, para perpetua memoria”.

En 477 años la ciudad de La Paz ha experimentado transformaciones profundas, y no me refiero únicamente al crecimiento urbano. Las tradiciones y expresiones orales perviven al paso del tiempo. Conocimientos ancestrales, valores culturales, historia, gestas libertarias, una vasta y riquísima memoria colectiva, entre otras, que deben ser rescatadas y divulgadas para mantener vivas las diversas manifestaciones culturales y de identidad, evitando que se pierdan irremediablemente.

Las sociedades son las responsables de promover y alentar el trabajo de divulgación de las tradiciones, costumbres, leyendas, historias, etc. Los escritores, investigadores, académicos, tenemos la misión de ser los guardianes de esa memoria colectiva, para proteger, recuperar, conservar, valorizar y transmitir las mismas, esas que hacen que uno se sienta orgulloso del lugar que lo ha visto nacer y que es por lo general el sitio del que se recoge la identidad social, el orgullo de ser “paceño” (gentilicio del nacido en la ciudad de La Paz), “chukuta pico verde”.

De un tiempo a esta parte el patrimonio histórico y cultural de La Paz se encuentran en riesgo de desaparecer. La era de la inmediatez, el acelerado crecimiento de la ciudad, la destrucción y/o falta de conservación del patrimonio urbano, los efectos de la globalización, la falta de políticas públicas para su conservación, el desinterés por parte de las autoridades locales, la escasa producción de material didáctico, la falta de lectura, la ausencia de los medios convencionales, entre muchos otros, son factores orientados a la pérdida de identidad y la cultura paceña.

La comunidad y las instituciones deben contribuir a salvaguardar las tradiciones orales, costumbres, historias y leyendas construidas durante siglos. La recuperación de la identidad paceña coadyuvará a que el crecimiento y desarrollo de la urbe más importante del país no se detenga. La sede de gobierno debe volver a brillar y mostrar sus cualidades de liderazgo con renovación responsable.

Los herederos de Nuestra Señora de La Paz deben celebrar con orgullo, asumiendo el compromiso de reconstruirla y devolverla al lugar que le corresponde. Muy a pesar de que las autoridades ediles y nacionales se han ensañado con ella en las últimas décadas y no han estado a la altura para brindar respuesta a los grandes desafíos planteados por La Paz y su gente.

La historia de Nuestra Señora de La Paz nos enseña que siempre ha asumido un protagonismo polifacético, integrador y solidario, gracias a la voluntad de su gente y su identidad forjada con base en esfuerzo y sacrificio, que son la clave para encontrar los caminos que la conduzcan a encontrar la libertad interior y de simplificación mental, con las que se pueda crecer y hacer frente a los desafíos para que no se detenga el crecimiento de Nuestra Señora de La Paz.

Mientras llega la renovación responsable, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu, recuerden que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, solo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.