Pareciera que, para ciertos grupos de ciudadanos, la confrontación y la violencia se han convertido en una forma de vida. No hay otra forma de explicar la reacción injustificada e inoportuna de un sector de la población boliviana tras conocerse los resultados, preliminares y finales, del histórico balotaje del pasado 19 de octubre.
En esa jornada, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) ratificó la victoria de Rodrigo Paz y Edman Lara, un resultado que de manera correcta fue reconocido incluso por el binomio perdedor, Tuto Quiroga y JP Velasco. Sin embargo, sus supuestos seguidores y algunos dirigentes de segunda línea del partido LIBRE salieron a las calles bajo el argumento de un supuesto fraude electoral, generando tensión, incertidumbre y zozobra en las principales ciudades del país
Lo más llamativo de esta reacción es que ignora por completo el informe final de los observadores internacionales, quienes confirmaron que los comicios se desarrollaron con total normalidad, sin ninguna observación que ponga en duda su transparencia. La evidencia, por tanto, desmiente categóricamente la narrativa del fraude y, por el contrario, surge una hipótesis sobre la posibilidad de que esta extraña actitud, estaría manipulada por infiltrados agitadores a la violencia cuyo único propósito sería provocar un clima de malestar social e incertidumbre.
Resulta preocupante que ciertos sectores, quizá más habituados a la confrontación que al diálogo, recurran una vez más a la violencia callejera como forma de expresión política. Estas acciones no solo generan inestabilidad social y desconfianza institucional, sino que también obstaculizan el anhelo de la mayoría de los bolivianos: superar la crisis generalizada y encaminar al país hacia la reactivación económica.
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Frente a este panorama, la sociedad debe expresar un rechazo firme y absoluto a la violencia como práctica política. El país necesita reconciliación, serenidad y trabajo conjunto, no más episodios de intolerancia que nos alejan del progreso y la democracia.