La vocación del periodismo se cimenta en la búsqueda y difusión de la verdad con veracidad y ética. El periodista asume un compromiso con la sociedad, fiscalizando al poder y empoderando a los ciudadanos. Sin embargo, este ideal choca a menudo con una realidad económica ineludible: los periodistas son también empleados.
Esta encrucijada se reanuda en dos fuerzas opuestas, tal como lo identificó Javier Darío Restrepo —figura fundamental en la ética periodística latinoamericana—: el imperativo ético de decir la verdad, y el imperativo laboral de perder el empleo. El primero obliga al profesional a informar con rigor e independencia; el segundo se activa cuando la verdad incómoda o perjudica a los dueños del medio, a sus anunciantes o a los grupos de poder que sostienen su estructura financiera.
El reciente caso del periodista de investigación Guider Arancibia Guillén es un ejemplo palpable de esta tensión. Con una trayectoria de más de cuatro décadas en el diario El Deber, Arancibia se especializó en temas de alta sensibilidad como el narcotráfico y la corrupción. El dilema de la estabilidad laboral se hizo evidente en octubre de 2025 cuando, tras denunciar una agresión de la que fue víctima por parte del piloto del hijo del presidente del Estado boliviano, fue separado de su cargo.
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Aunque se conoce que Guider Arancibia ha sido reincorporado a su fuente laboral, este escenario es frecuente en medios nacionales, el periodista se enfrenta a la disyuntiva de traicionar a su conciencia (y al público) para mantener su sustento, o sacrificar su estabilidad económica por la integridad profesional.
La fuente de esta presión no es el público, sino la estructura de poder que financia al medio de comunicación. Académicos Iberoamericanos de las Ciencias de la Comunicación han identificado tres fuentes de presión claramente identificables: El interés de los dueños: Si el medio pertenece a un grupo empresarial con intereses en la banca o la política, la información que afecta esos intereses será inevitablemente censurada. La tiranía del anuncio: Si un periodista investiga o critica a un anunciante clave, se arriesga a que su trabajo sea bloqueado por temor a perder ese ingreso vital. La publicidad estatal o pausa publicitaria: En Bolivia, los gobiernos utilizan la asignación de publicidad estatal como una forma de control sutil sobre la línea editorial, premiando a los medios afines y castigando a los críticos.
Los efectos de esta lucha interna no solo afectan al profesional, sino a la calidad democrática, trayendo consecuencias como la autocensura, el «periodismo de rodillas», la precarización laboral y, en última instancia, la desinformación pública.
A pesar del panorama sombrío, en algunos países de la región han surgido modelos de resistencia que buscan mitigar esta dependencia: medios independientes financiados por la audiencia. Tal es el caso de “Animal Político” (México), “IDL-Reporteros” (Perú), “Chequeado” (Argentina), “Ciper Chile” (Chile) y “El Faro” (El Salvador), entre otros. Estos modelos demuestran que la independencia se compra con el compromiso directo de los lectores.
Hoy el periodista debe sopesar si el precio de su silencio es más alto que el precio de su empleo. La integridad es el capital más valioso del periodismo, y perderla significa perder la razón de ser de la profesión.
MSc. Hugo Salvatierra Rivero
Periodista y docente universitario
