Por Red Contacto Sur – Lic. Rubén Suárez
Nota aclaratoria:
Este artículo no constituye apoyo político alguno ni al presidente argentino Javier Milei ni al presidente boliviano Rodrigo Paz. Su única finalidad es exponer la realidad boliviana con objetividad, sin complacencias ni militancias, frente a los hechos y comportamientos públicos del exmandatario Evo Morales.
Evo Morales volvió a victimizarse. En su más reciente publicación en la red social X, el exmandatario boliviano afirmó que el presidente argentino Javier Milei habría pedido al nuevo presidente de Bolivia, Rodrigo Paz, “deshacerse” de él por ser un supuesto “peligro para la América Latina digna y soberana”.
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Una acusación sin pruebas, cargada de paranoia política y de la retórica desgastada de quien
se resiste a aceptar su final.
Lejos de ser víctima, Evo Morales fue y sigue siendo el principal responsable de la tragedia política, económica y social que vivió Bolivia desde 2019.
Las masacres de Sacaba y Senkata no fueron producto de un “golpe”, como pretende instalar en su relato, sino de su obsesión enfermiza por seguir en el poder pese al rechazo del pueblo en el referéndum del 21F.
Ese día, la ciudadanía habló claro: NO a la reelección indefinida. Pero Morales no escuchó. Manipuló la justicia, ignoró la voluntad popular y forzó una candidatura inconstitucional. El resultado fue una crisis política y un país en llamas.
Hoy pretende borrar su pasado y disfrazarse de perseguido político, cuando en realidad debería presentarse ante la justicia por supuestos crímenes y abusos cometidos bajo su gobierno por los cual esta indagado y profugo.
Él mismo lo dijo alguna vez: “quien no se presenta ante la justicia es un delincuente confeso.”
Entonces, si Evo Morales no lo hace, ¿qué lo convierte sino en lo que él mismo definió? A esto se suma que, tal como ha venido ocurriendo en los últimos años, las denuncias públicas que realiza Evo Morales carecen de sustento y de pruebas concretas.
Jamás ha mostrado evidencia real que respalde sus acusaciones; se limita a lanzar versiones y rumores, intentando generar miedo o compasión.
Esa conducta —basada en la exageración, la mentira y la manipulación emocional— es una muestra más de su histerismo político y de su egocentrismo desbordado, donde todo gira en torno a su figura y su deseo de seguir siendo el centro de atención.
El pueblo boliviano está cansado de sus bloqueos, de su política del chantaje y del miedo. Evo ha convertido la movilización social en un instrumento de extorsión, paralizando al país cada vez que no se cumplen sus caprichos personales.
Es el Nerón boliviano, dispuesto a incendiarlo todo para sentirse necesario. Lo más grave es que su discurso ya no convence a nadie. Gran parte del mundo y de la propia izquierda latinoamericana han dejado de creer en él. Donde antes había respeto, hoy hay decepción.
Lo que alguna vez fue un símbolo de dignidad indígena y soberanía popular, hoy se ha transformado en un proyecto personalista, autoritario y en franca decadencia.
Evo Morales fue un gran líder, pero su legado se marchita entre el resentimiento, la manipulación y la mentira. Está en el ocaso político, condenado a ser un paria de su propio destino por su angustia de poder.
Bolivia necesita cerrar este capítulo oscuro.
El gobierno que asuma tiene el deber histórico de realizar una auditoría profunda a los últimos 30 años de gestión pública, sin distinciones partidarias, para esclarecer los hechos de corrupción y abuso de poder que supuestamente marcaron esta etapa.
Y sobre todo, garantizar que la justicia sea verdaderamente imparcial, sin sometimientos políticos, sin pactos ni privilegios.
Porque si algo debe quedar claro es que nadie está por encima de la ley. Ni los dictadores de uniforme ni los caudillos disfrazados de revolucionarios. El pueblo boliviano ya habló el 21F.
Dijo NO al autoritarismo, NO al caudillismo, y NO a Evo Morales. Y cada intento de resucitar su figura política no es más que el reflejo de un hombre desesperado por no quedar en el olvido.
