“Hasta aquí llegaron”


 

Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez



 

“La lucha del hombre contra el poder, es la lucha de la memoria contra el olvido” – Milan Kundera

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Cuentan las crónicas del 31 de diciembre de 1999 que, tras la dimisión de Borís Yeltsin a la presidencia de Rusia, asumía el cargo de manera interina Vladímir Vladímirovich Putín, uno de los hombres más importantes de la KGB (Agencia de Seguridad del Estado) rusa y que hasta entonces, se había desempeñado como Primer Ministro.

Ha pasado más de un cuarto de siglo desde aquel episodio. Cinco lustros en los que el régimen de Putin se ha ido endureciéndose progresivamente, debido fundamentalmente a la pasividad de la población que aceptó su liderazgo tras la debacle de la Unión Soviética, que derivó en una profunda crisis política, social y económica, en una década que los rusos prefieren olvidar y que estuvo marcada por la corrupción y el debilitamiento del Estado.

Lord Acton, pensador inglés, solía decir que: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Un cuarto de siglo después de la llegada de Putin al poder, el autoritarismo se ha vuelto una característica de su gobierno, la represión interna sólo es equiparable a la ejercida durante el periodo de Stalin. A pesar de que, visto en retrospectiva, Iberoamérica tiene ejemplos más que ilustrativos del “Síndrome de Hubris” que aqueja fundamentalmente a los políticos, sea con poder o sin él.

Fidel Castro y Hugo Chávez, patentaron gobiernos donde el culto a la personalidad les permitió ejercer el poder prolongadamente, situación que les valió muchas críticas por parte de la comunidad internacional a las que prestaron oídos sordos. Lo preocupante en esta clase de casos fue que, tras su muerte, los entornos palaciegos valiéndose de artimañas, engaños y una serie de situaciones bastante controvertidas, han decidido seguir por el mismo camino y como buenos discípulos buscan eternizarse en el poder para no perder sus privilegios.

Podemos citar cualquier cantidad de casos, tales como, Corea del Sur, donde se vive una dictadura en toda regla o, aquellos líderes autoritarios en países como la República Democrática del Congo, en la que sus políticos insisten en mantenerse en el poder aún en contra de la voluntad de sus ciudadanos que exigen cambios significativos y el alejamiento de personajes nefastos que se creen imprescindibles en los destinos de su país.

En Bolivia, los “líderes” políticos de diferentes facciones también se encuentran aquejados por el “Síndrome de Hubris”, un trastorno de la personalidad a la que son proclives los políticos o personas con poder. Los síntomas son que se creen imprescindibles y tienen aires de grandiosidad, sus aspiraciones mesiánicas los lleva a pensar que su opinión es de vital importancia y todos deben escucharla. Este trastorno los lleva a desconectar de la realidad y acostumbran a arremeter en contra de aquellos liderazgos frescos renovados a los que intentan invisibilizar de todas las formas posibles.

Durante las últimas cuatro décadas y luego del retorno de la democracia en Bolivia, el poder ha estado circunscrito a ciertas organizaciones políticas que lo han administrado de forma compartida. El caudillismo, la persecución de los disidentes, la fragmentación política, la debilitación de los partidos y/o el cambio del régimen electoral, son algunas de las causas por las que se ha frenado el surgimiento de nuevos líderes políticos, concentrándose más en cuadros dirigenciales o activistas.

En las últimas dos décadas el poder se ha concentrado en un solo frente, el Movimiento al Socialismo, que es, junto a todos sus “líderes y militantes”, responsable de haber cometido el peor latrocinio y expolio en la historia de Bolivia. Paradójicamente, junto a ellos gobernaron antiguos dirigentes de otras organizaciones políticas y otros “opositores” (en teoría) que fueron sus aliados. Esos mismos políticos en la actualidad –tras cuarenta años– por activa o por pasiva, insisten en mantenerse en el espectro político nacional creyéndose imprescindibles, con un aire de grandiosidad y aspiraciones mesiánicas como cuando comenzaron a hacer política, lo que muestra que viven desconectados de la realidad.

“Hasta aquí llegaron”. Una frase que inundó las calles de la ciudad de La Paz (Bolivia) en las últimas horas y que llamó poderosamente mi atención. Me animo a pensar que pueda tratarse de un mensaje de cansancio, de hartazgo, a pocas horas de concluir el des-Gobierno más desastroso y criminal que ha tenido el país en doscientos años de vida. Así también, puede aplicar bastante bien a los gobiernos locales que se encuentran atravesando su hora más baja en cuanto a representatividad, gestión y liderazgo.

Quiero creer (aun con cierta ingenuidad), que “Hasta aquí llegaron”, es un mensaje contra aquella casta política, aquellos “dinosaurios” que sufren el “Síndrome de Hubris” y se resisten a dar paso a la generación del bicentenario, aquella generación a la que se han encargado de castrar sistemáticamente, sin querer reconocer su incapacidad para administrar un país al que pudieron hacer próspero, brindándole condiciones de vida digna a sus habitantes.

Se deben promover espacios para que se produzca el relevo generacional y no así el “dedazo”, como ha ocurrido como en las últimas elecciones nacionales. Renovación responsable, desde fuera y dentro de las organizaciones políticas, donde la pluralidad, el debate libre y la divergencia de ideas, fortalezcan el sistema democrático, apartándose de los modelos populistas y nacionalistas que alientan la figura del caudillismo.

Las universidades públicas y privadas tienen la responsabilidad de incentivar la participación de las nuevas generaciones en temas que involucren el acontecer nacional, promoviendo actividades de interacción, investigación y publicación, para que sean ellos los que reflejen los cambios y transformaciones que se produzcan y puedan a través de aquello proponer soluciones a las diferentes demandas que surjan.

Es tiempo de que se acabe con los grupos u organizaciones políticas corruptas y clientelares, aquellas que sólo se han aprovechado del país, su gente y sus recursos para alcanzar sus objetivos personales o gremiales. Es tiempo de que los “políticos profesionales” se retiren y reconozcan ante el país que su actividad ha significado un rotundo fracaso, dejándonos un país en ruinas, prácticamente al borde del colapso.

En estas horas aciagas y de enorme incertidumbre, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y nos obliguen a cambiar nuestra forma de pensar, recuerden que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.