(Me hubiera encantado escribir sobre Rerum Novarum y la Revolución —pacífica pero no por ello menos ancilar— que ella significó, pero ello quedará para un poco más adelante porque hoy escribiré sobre las nuevas cosas que los bolivianos ya estamos viviendo).
Hoy Rodrigo Paz Pereira —hijo y sobrino nieto de presidentes— jurará, junto con su vicepresidente, «servir y defender la Constitución» en el cargo al que fueron elegidos el pasado 19 de octubre. (Me pregunto si utilizarán como cierre el juramento cual promesa solemne de «que Dios y la patria me lo demanden»).
El camino a hoy ha sido largo y agitado: Unidades desunidas; partidos todopoderosos fragmentados por implosión al quedar fuera del Poder (en 2020 ya DEMÓCRATAS lo conoció) o estar camino de ello; presos políticos y exiliados políticos; crisis económica con inflación; caída de exportaciones y reservas; desinversión avanzada; deuda pública galopante (externa e interna); coerción a la inversión privada, propia y extranjera; desempleo exorbitante camuflado en niveles de población empleada sin garantías ni prestaciones; una salud pública impotente de cumplir y una educación lacrimosa —sobre todo la pública, en sus tres niveles: primaria, secundaria y universitaria. Y de colofón: la corrupción, el clientelismo y la improvisación inexperta.
Dos muestras sirven de esperanza: La cumbre empresarial Visión Bolivia 2025, convocada por el presidente electo Rodrigo Paz Pereira en la víspera de su asunción, reunió en Santa Cruz de la Sierra más de 2.000 empresarios, 19 delegaciones internacionales y representantes de organismos como el BID, la CAF y el Banco Mundial, un cambio de timón gubernamental absoluto como espacio de diálogo entre el sector público y privado para atraer inversiones y mostrar el potencial productivo del país. El otro es la llegada de gobernantes de centroderecha y centroizquierda de la Región, además de múltiples delegaciones de gobiernos amigos, para la posesión presidencial: una apertura que, junto con la exclusión de los sigloveintiuneros y la agradecida expulsión de Bolivia de la ALBA-TCP, marcan un nuevo ritmo de integración boliviana en el mundo.
Las cosas nuevas necesitan ser muchas y muy urgentes. Y necesitan de todos: de los que gobiernen y de los gobernados. Confiemos que los que hoy se juramenten hagan fe y justicia de ése, su juramento.
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Tengo dos temas con los que me gustaría cerrar esta columna. El primero: la liberación de Jeanine Añez Chávez, presidenta constitucional interina de la República de Bolivia —las Bolivias vivas desde 1825: de hermanos kollas, cruceños, cochalas, potosinos, chuquisaqueños y, también, orureños, chapacos, benianos y pandinos…, en fin, las de todos los que por la gracia de Dios vivimos en estas tierras—, cerrando un capítulo ignominioso de falso golpe de Estado (tan falso como el de Arce y Zúñiga) y recibiendo el derecho de Juicio de Responsabilidades, si fuera menester, para alguna acusación. Y con ella —concuerdo con el vicepresidente Lara— la necesidad de revisar las acusaciones y defenestraciones de militares y políticos incoadas bajo el mismo argumento.
El segundo tema es el casi revolico que generó en estos días el regreso de la Biblia y el crucifijo al juramento de las autoridades electas (y extensible, seguramente, al de las designadas por el presidente luego de hoy), discusión amparada en una presunta “laicidad” emanada del artículo 4 de la vigente Constitución Política del Estado, el que postula que el «Estado es independiente de la religión» pero, poco antes. en el mismo artículo reafirma que «respeta y garantiza la libertad de religión y de creencias espirituales» y aunque el Censo 2024 omitió la pregunta de adhesión o no a alguna religión (una fuerte sospecha de manipulación excluyente), las aproximaciones están alrededor del 67 y el 70 % identificados como católicos y el 14,5 y el 20 % de protestantes evangélicos (números IA de Google), lo que daría entre el 72 y más del 90 % de creyentes cristianos. Al menos para mí, creo que queda claro que, para mantener el espíritu de respeto y garantía del mencionado artículo constitucional, es obvio que regresar a los símbolos mencionados para los juramentos de posesión es una forma de respetar las creencias del pueblo boliviano. Otra cosa fue la coerción de pensamiento durante gran parte del dicenio, con el rechazo a los símbolos y creencias cristianos y, de facto, el extrañamiento —afear, reprender, esquivar— del estado masista con la Iglesia Católica.
