El escudo que une con la “reinstitucionalización” de una Bolivia en transición


Por: Teresa Gutiérrez Vargas

En la víspera de la posesión de Rodrigo Paz como presidente del Estado Plurinacional —justo hoy, 8 de noviembre de 2025—, las páginas web estatales de Bolivia amanecieron con un cambio sutil pero cargado de significado: el escudo nacional tradicional, ese emblema creado el 17 de agosto de 1825 con un cóndor altivo y el cerro de Potosí, escoltados por el rojo, amarillo y verde, ha reemplazado a la Chacana y la Wiphala, símbolos que dominaron los últimos 20 años del MAS. Desde el análisis comunicacional, este no es un mero retoque gráfico deliberado: es un reset simbólico que grita “reinstitucionalización” en mayúsculas, marcando no solo un cierre de ciclo, sino una oportunidad para repensar cómo los signos construyen (o reconstruyen) la identidad colectiva en un país tan fragmentado como el nuestro.



Pero este no es un hecho aislado. En esta misma semana, la Asamblea Legislativa Plurinacional, en un gesto de unanimidad que roza lo histórico, restituyó la Biblia y el crucifijo en el juramento de los nuevos legisladores, incorporando además la bandera de la Flor del Patujú, que evoca las raíces orientales y representa también a los pueblos indígenas de tierras bajas.

Desde la perspectiva semiótica de Roland Barthes, los mitos modernos —entre ellos los símbolos estatales— no son inocentes: portan ideologías. Durante dos décadas, el branding del MAS “plurinacionalizó” la imagen oficial incorporando elementos indígenas, como la Chacana, esa cruz escalonada que evoca las cosmovisiones aymara y quechua, y la Wiphala, erigida como estandarte de los pueblos originarios. Era una estrategia brillante para “refundar” el Estado, alineada con la Constitución de 2009: inclusiva, anticolonial, un storytelling visual que posicionaba a Bolivia como baluarte de la diversidad. Pero ¿a qué costo? En Santa Cruz, muchas veces esa narrativa andinocentrista se sintió como una imposición, diluyendo la pluralidad real y exacerbando tensiones regionalistas.

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El viraje de Paz, anunciado ya en octubre con la inauguración de su cuenta oficial en X —donde el escudo nacional tomó el perfil, marcando distancia con los “motivos andinos” del MAS—, es un golpe maestro de comunicación estratégica. Reemplaza lo ideológico-partidario por lo institucional-clásico: el escudo evoca estabilidad republicana, unidad histórica y neutralidad, ideal para un gobierno de centroderecha que hereda un país casi en quiebra y una economía en jaque, con reservas menguantes.

Comunicacionalmente, este cambio de “logotipo institucional” es un rebranding gubernamental al estilo corporativo: de “revolución permanente” a “institución perenne”, como un cierre natural tras 20 años de hegemonía masista.

Sin embargo, urge un diálogo: ¿Qué hay de otros emblemas simbólicos que, desde el oriente, claman su turno?

En última instancia, este cambio nos recuerda que la comunicación social no es neutral: es el pegamento de la nación. Paz ha lanzado el primer dardo simbólico de su arco presidencial; ahora nos toca a nosotros decodificarlo y recodificarlo.

Que el escudo no sea solo imagen, sino invitación a una Bolivia donde el cóndor surque los cielos como soberano… pero que también deje que el águila harpía (la segunda más grande del mundo) —esa majestuosa ave de garras fieras y alas imponentes que sobrevuela los cielos orientales y amazónicos— reclame su espacio entre los símbolos nacionales, no solo para volar libre, sino para que la protejamos incluso de la extinción, antes de que se sigan quemando los bosques y sus nidos. ¿Estamos listos para esa reinstitucionalización profunda o solo para el photoshop superficial?