Cuentan las crónicas del 11 de febrero de 1990 que, debido a la presión internacional y el temor de que pudiera desencadenarse una guerra civil en Sudáfrica, tras un encarcelamiento injusto que duró 27 años, era liberado el abogado y líder político Nelson Mandela. Una de las principales figuras del activismo de su país que luchó tenazmente contra el apartheid y contra las estructuras de gobierno que se habían encargado de cercenar los derechos y libertades de las grandes mayorías. Defendió la justicia y libertad como principios fundamentales de toda sociedad, lo que le permitió ser galardonado con el Nobel de La Paz en 1993.
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Si bien es cierto que héroes han existido en todo tiempo y lugar, no es hasta que deben enfrentarse a momentos cruciales de la historia donde su gesta logra trascender los límites del espacio y el tiempo. Nelson Mandela ocupó la presidencia de Sudáfrica entre 1991 y 1997, siendo considerado el padre de la nación. Logró impactar al mundo con su mensaje pacificador, unificador y despojado de todo resentimiento, cambiando la percepción de la condición humana para sí y para los ciudadanos sudafricanos que encontraron en Mandela la inspiración para el reencuentro y el perdón.
La “Grand Parade” es uno de los lugares emblemáticos de la Sudáfrica pacífica y multicultural con la que soñó Nelson Mandela y por la que trabajó incansablemente. Aquella plaza en otro tiempo, fue el escenario de la represión brutal y sanguinaria en contra de la población que reclamaba sus derechos. La “Grand Parade” terminaría convirtiéndose en el lugar elegido para dirigirle al pueblo sudafricano –gracias a la fuerza de su mensaje a todo el mundo– su primer mensaje como hombre libre. Declaró que no era un profeta, si no, un humilde servidor del pueblo que pondría todo lo que le quedaba de vida al servicio de la libertad y la justicia.
Parafraseando a Immanuel Kant: El pensamiento es ya una forma de acción, incluso si es la mente la que actúa y no el cuerpo. Sin embargo, en la medida que esta acción se produce, se va, a la vez, determinando o limitando el campo de esa libertad espontánea que todo ser humano defiende para sí y proclama para los demás. Por tanto, la libertad es la capacidad de actuar con autonomía moral y la justicia se fundamenta en respetar a cada persona como un fin, no sólo como medio.
Construir los valores de una sociedad con base en estos principios, permitirá una convivencia sana y pacífica, donde la libertad y la justicia se apoyen mutuamente. La paz se forja sólidamente sobre el respeto, la justicia y la libertad. Sin justicia no existe equidad ni respeto. Si no se conserva la libertad, no cabe oportunidad de obrar basado en los valores morales, ni mucho menos de participar con dignidad. Estos principios y valores están íntimamente relacionados, trabajar en fundarlos y cimentarlos, permitirá alcanzar sociedades pacíficas y civilizadas.
El pasado 6 de noviembre y luego de permanecer cuatro años y ocho meses en prisión, luego de conocerse el fallo emitido por el Tribunal Supremo de Justicia anulando la sentencia por el caso golpe, fue puesta en libertad la expresidente Jeanine Añez. El caso judicial había derivado de los acontecimientos sucedidos entre octubre y noviembre del año 2019, mismo que concluyó con la renuncia y fuga de Evo Morales (expresidente) en medio de convulsión social y enfrentamientos que dejó a la postre un saldo lamentable de personas heridas y fallecidas.
Se desprende del fallo del Tribunal Supremo de Justicia que la actuación del gobierno de transición, encabezado por Añez, fue amparado por un “estado de necesidad constitucional” para preservar la continuidad institucional. Tras su liberación, la expresidente Añez aseguró que en Bolivia no hubo golpe de Estado, sino un fraude electoral. También afirmó que enfrentará sus procesos en libertad.
La liberación de la expresidente Añez a horas de la posesión de nuevas autoridades nacionales, resume la voluntad puesta de manifiesto por parte de las autoridades del Órgano Judicial. La necesidad de trabajar en la reforma de justicia debe significar un esfuerzo de todos los órganos del Estado. La libertad, justicia y paz, son los elementos que deben priorizarse para volver a ser una sociedad de convivencia pacífica y civilizada en la que reine el respeto mutuo y la igualdad ante la ley.
Se debe erradicar a las facciones radicales que promueven el autoritarismo y amenazan la libertad y la democracia. El Estado debe luchar contra el abuso de poder y la falta de garantías que priman en las instituciones públicas. En Bolivia, durante los últimos veinte años, se ha institucionalizado la corrupción y la extorsión es un mal que condena a cualquier ciudadano que se acerca a las instancias de gobierno para realizar trámites, por lo que se debe hacer una reestructuración urgentemente.
Hay que mantenerse vigilante. Todos y cada uno de los ciudadanos del país debe estar preparado para defender la libertad y no permitir que sea arrebatada por otros veinte años. Se debe defender la democracia, entendiendo que es el único sistema que permite elegir y ser elegido. Que el optimismo no desaparezca, mientras haya una luz de esperanza, hay que seguir adelante. Bolivia es libre al fin y se prepara para dar paso a la Generación del Bicentenario, es ella la que debe llevar adelante las transformaciones profundas que el país requiere.
Finalmente, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y nos obliguen a cambiar nuestra manera de pensar, recuerden que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.
