La diplomacia de los pueblos quiso dar voz a las mayorías; la diplomacia del algoritmo otorga poder a los datos. En ambas, la disputa sigue siendo la misma: ¿quién define la verdad, la legitimidad y el sentido del desarrollo?” Neddy E. Choque Flores, 2025
La diplomacia de los pueblos buscó democratizar la política exterior, incorporando a movimientos sociales y pueblos originarios frente a las élites estatales. Sin embargo, más allá del discurso, rara vez logró institucionalizar mecanismos reales de participación o traducirse en resultados tangibles. En muchos casos se convirtió en un relato simbólico, atrapado entre la retórica ideológica y la burocracia tradicional.
Hoy, en el mundo irrumpe la diplomacia del algoritmo, donde el poder se desplaza hacia la nube y la información se convierte en territorio estratégico. El reto ya no es solo acceder a los datos, sino gobernarlos con visión ética y soberana, asegurando que la inteligencia artificial y la analítica sirvan a los intereses del Estado. Estamos ante una transformación radical y silenciosa: la revolución industrial 4.0, donde la inteligencia artificial (IA), el blockchain, la ciberseguridad y el big data son mucho más que herramientas; son los nuevos arquitectos de la prosperidad y el comercio global (Schwab, WEF, 2016).
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En contraste, la diplomacia tradicional en lo económico se sostenía en la intuición, las redes personales y análisis que llegaban tarde. La promoción de exportaciones o la atracción de inversiones dependían de ferias comerciales y del contacto humano, insustituible pero limitado en alcance. Hoy, la competitividad internacional ya no se mide solo por los recursos o la estabilidad política, sino por la agilidad digital: la capacidad de procesar información y responder en tiempo real a los cambios del mercado. Como advierte el Foro Económico Mundial, la Cuarta Revolución Industrial está desdibujando las fronteras entre lo físico, lo digital y lo biológico, transformando también las relaciones internacionales (Schwab, 2016). En este contexto, la diplomacia económica digital se apoya en la evidencia, la velocidad y la innovación tecnológica, convertida en su principal activo estratégico.
La IA emerge como el componente más disruptivo del nuevo arsenal diplomático. Permite analizar y sintetizar información en múltiples idiomas, modelar escenarios de negociación y anticipar tendencias de mercado. Con herramientas de machine learning, agregados comerciales pueden monitorizar la demanda de commodities, detectar cuellos de botella logísticos y prever impactos de crisis o sanciones. La IA no sustituye la deliberación humana, pero amplifica el análisis y la capacidad de respuesta frente a riesgos complejos, ayudando a que empresas y gobiernos tomen decisiones mejor informadas. Como señala Manuel Castells, “el poder se basa en el control de la comunicación y la información” (2009), y hoy ese control depende de algoritmos capaces de convertir datos en ventaja estratégica, bajo marcos de gobernanza y ética.
Si la IA es brújula, el blockchain es garante de confianza. Uno de los mayores obstáculos del comercio internacional sigue siendo la desconfianza: ¿se pagará la mercancía?, ¿es auténtico el producto?, ¿se cumplió el contrato? Blockchain, como libro contable digital y descentralizado, ofrece soluciones concretas. Permite trazabilidad total del origen y las etapas de cualquier producto, desde la quinua boliviana hasta componentes electrónicos, verificables en tiempo real, combatiendo la falsificación y agregando valor a las exportaciones regionales. Los contratos inteligentes automatizan pagos y entregas, reduciendo costos de intermediación, aunque su eficacia depende de la interoperabilidad y el reconocimiento legal internacional (World Customs Journal, 2020).
En la competencia global por atraer inversión extranjera directa (IED), el big data se convierte en herramienta esencial. Las agencias de promoción utilizan analítica avanzada para mapear flujos de capital, identificar fondos de inversión y segmentar mercados (CEPAL ILIA, 2025). Los datos permiten pasar de la promoción genérica a la captación activa, presentando el proyecto correcto al inversor correcto en el momento adecuado. América Latina y Bolivia pueden aprovechar el big data para visibilizar oportunidades en litio verde, tecnología o agroindustria, orientando políticas públicas e incentivos sobre la base de evidencia y anticipación.
Para la región, el reto es doble, por un lado, aprovechar la tecnología para acortar brechas y evitar la dependencia de plataformas extranjeras. La CEPAL insiste en una agenda digital latinoamericana robusta que promueva talento local, infraestructuras seguras y reglas claras para el uso ético de la IA y los datos (CEPAL ILIA, 2025). En Bolivia, fortalecer la economía digital implica formar diplomáticos y empresarios capaces de dialogar con algoritmos y datos, garantizar la ciberseguridad en las misiones internacionales y orientar la innovación hacia la soberanía tecnológica. La gobernanza digital y la ética de datos deben asumirse como política de Estado y estrategia nacional de competitividad (FES Economía Digital en Bolivia).
La era de la IA también redefine los perfiles profesionales. El diplomático del siglo XXI ya no será solamente un jurista experto en derecho internacional o un economista, sino también tendrá que ser un “diplomático-ingeniero” capaz de navegar sistemas digitales y comprender sus implicaciones. Del mismo modo, el empresario global se convierte en un “empresario-analista”, experto en datos y trazabilidad para acceder a mercados y atraer inversiones. La tecnología no reemplaza las habilidades humanas de negociación y empatía, pero las potencia a un nivel inédito.
En este entorno donde convergen IA, blockchain y big data, la ciberseguridad se vuelve el pilar invisible de toda arquitectura diplomática y comercial. Los sistemas que sostienen el comercio y los datos enfrentan amenazas como el robo de propiedad intelectual o la manipulación algorítmica. Bolivia debe fortalecer sus marcos de protección y resiliencia tecnológica para que la transformación digital no sea un nuevo espacio de vulnerabilidad. Como advirtió Joseph Nye, “la confianza en el entorno digital es el nuevo factor decisivo del poder internacional.”
La discusión sobre tecnología y diplomacia económica ya no es si adoptarla, sino cómo y para qué. IA, blockchain y big data pueden cerrar brechas, sofisticar exportaciones y atraer inversión, siempre que se integren en políticas inclusivas y alianzas público-privadas sostenibles. Nye también recuerda que “el poder es la capacidad de configurar las preferencias de otros” (2011); en esta década digital, poder y prosperidad dependerán de la habilidad para gestionar, proteger y usar los datos en función de los objetivos nacionales. El futuro de la diplomacia es digital, pero deberá seguir siendo humano, ético y estratégico.
¿Tendremos la audacia de diseñar una diplomacia digital propia o seguiremos estancados en los paradigmas del pasado?
