Oscar A. Olmedo
Los últimos diagnósticos anunciados por las nuevas autoridades económicas, y que a estas alturas son letales, empujan a dar soluciones inmediatas e inaplazables. Lo cierto es que esas soluciones se van dando como reacción instintiva y no como respuesta de conjunto o, de una interrelación racional de políticas económicas desde el cual, se visualicen prognosis futuras y fines definidos. Sucede que, mientras en las ciencias sociales se reclama una visión de país, o de Estado, o, de Nación, —con las diferencias del caso—, para los economistas, esta ausencia se traduce, stricto sensu, en la falta de un modelo/paradigma económico.
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Ahora bien, ¿es coherente hablar de modelos, cuando aparentemente se impone lo más apremiante? Si lo es, por paradójico que parezca. Sin un modelo económico, el economista improvisa, divaga, especula. Más aún, cuando, por un lado, al precipitarse hacia su propia aporía el anterior modelo ideológico-estatista, ha dejado un detritus intolerable en lo económico, por otro lado, aún permanece delusorio, el establecimiento de un modelo económico sustitutivo-alternativo. Solo hay eslogan, un par de propuestas de emergencia, buenas intenciones y señales positivas, pero, mucha indefinición y lentitud. Sin embargo, siendo optimistas, los anteriores antecedentes permiten implicar que es este el momento perfecto e histórico, para constituir e instaurar un nuevo modelo económico de largo plazo, con evidente apoyo social (sin revoluciones violentas), insuflando un nuevo curso a la relación Estado-mercado.
Específicamente, se trata de diferenciar, para luego unir dos tipos de fines, entrelazando lo inmediato/urgente con lo mediato, sin entrar en contradicciones: ahí están los fines de política coyuntural o anticíclica, definiendo la contracción drástica de la Demanda Agregada a través de la disminución del déficit fiscal y comercial de balanza de pagos, alcanzando una estabilización económica (estabilidad razonable del nivel de precios, y el poder adquisitivo interno del dinero), luego, están los fines de política estructural para promover e impulsar la Oferta Agregada con capital productivo, tecnología, empresas altamente competitivas, equilibrio en el mercado de trabajo, con salarios determinados por el producto marginal del trabajo, alcanzar una razonable asignación de recursos a través del mercado, apertura a inversiones extranjeras, empleo elevado y estable, seguridad social, crecimiento económico continuo y, tendencia hacia un desarrollo sustentable medioambiental.
Esgrimir fines, o diseñar un perfil teleológico a largo plazo en pleno caos económico, no es, por tanto, desquiciado, al contrario, hay que entender que toda medida económica dura (shock o incluso gradualismo), tiene que tener una finalidad, un premio al final de esta balumba económica, pues no puede haber sacrificio si no se visualiza una meta estable, (por ejemplo, que la estabilidad de precios conduce al final a un crecimiento económico) de lo contrario, se deambularía por una economía ciega. Por esto, ante la incertidumbre, es posible aplicar políticas macroeconómicas más ambiciosas, debido a que la población económica puede apoyar con más fuerza una nueva alternativa a su crisis, que, en tiempos de bonanza, donde no arriesgaría casi nada. Además, los efectos positivos del modelo, serían visiblemente mejor percibidos luego de la presente debacle económica.
Existen, sin embargo, algunos supuestos fundamentales económico-políticos que deben primar previamente para el éxito de la presentación de un modelo económico.
Al ser la economía una ciencia de fines y medios, se involucra intrínsecamente dentro los parámetros de una ciencia positiva, de lo que es, y no, en el marco de una ciencia normativa, de lo que debe ser, como el anterior modelo económico estatista que estuvo sucio y embadurnado por prejuicios, juicios de valor o posturas morales-valorativas, nada objetivos, y muy alejados del tecnicismo económico. Tiene que, filtrarse y exorcizarse cualquier traza subjetiva, normativa, utópica que se asemeje al viejo modelo y sustituirlo por otro que muestre un proceso científico y una objetividad posible, dando sus expertos en política económica, explicaciones sobriamente perfectas, no ambiguas, ni valorativas, y sí, explicaciones positivas y técnicas, comprobables y debatibles por hechos, por más cruda que fuese la realidad, descubriendo así, para los diferentes agentes económicos, las bases centrales sobre el que se perfilará el fin(es) a alcanzar en el mediano y largo plazo para no caer en el “arte de unas felices improvisaciones”.
Los supuestos políticos para el éxito del nuevo modelo económico son a la vez precisos e ineludibles, como el de hallar el consenso político y una coordinación efectiva entre el poder ejecutivo y legislativo, con instituciones públicas renovadas, más, un plano jurídico, que sustente la validez del modelo económico a implementar. De no tomarse en cuenta los anteriores supuestos económico-políticos, los resultados no podrían lograrse y, tarde o temprano, emergería la desilusión general.
Inequívocamente, el filósofo de la ciencia Karl Popper, enseñaba que: “El progreso depende… de la claridad con que concibamos nuestros fines, y del realismo con que los hayamos elegido”.
