A dos semanas del nuevo gobierno, el país ha recuperado algo que parecía imposible a corto plazo: las colas de gasolina desaparecieron y las de diésel se redujeron casi por completo. Ese alivio inmediato devolvió esperanza a la población, alentó expectativas positivas y demostró que es posible gobernar con resultados.
Pero mientras la gestión avanza, surge un problema que amenaza con eclipsarlo todo: el propio vicepresidente del Estado, Edman Lara, se ha convertido en la mayor fuente de conflicto interno del gobierno. Edman Lara no es mansa paloma, el hombre quiere poder y el presidente parece no estar dispuesto a compartirlo con él. El hombre no da certezas, pero la política es el arte que permite sortear situaciones similares y peores que esta.
Lanzó su estrategia conspirativa tempranamente. En días pasados, Lara no ha dudado en lanzar declaraciones que tensionan, fracturan y generan incertidumbre. Llamó “títere” al presidente, una expresión inédita en la historia republicana reciente. Hoy, por TikTok, volvió a cruzar la línea de prudencia calificando al presidente de “mentiroso e incapaz”. Parafraseando a un amigo de la vida: “Lara es más peligroso que piraña en inodoro”.
Estas expresiones no son simples deslices, no son ocurrencias. Son actos políticos deliberados que alimentan la confrontación, debilitan la autoridad presidencial y ponen en riesgo la gobernabilidad en un momento en que el país necesita conducción y unidad. ¿Lara tiene estrategia compartida con Evo?, no creo, él es bipolar, no entiende la necesidad de trabajar en equipo. Él se atribuye el éxito electoral y cree merecer más que el presidente.
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La pregunta es directa: ¿Puede un gobierno sostener estabilidad con un vicepresidente conspirando públicamente 24 horas al día? La respuesta es igual de clara: no.
No sin un ancla.
No sin una contención institucional.
No sin una reconducción política profunda.
Por eso, hoy más que nunca, la única forma de ponerle una camisa de fuerza política a Lara, es con un Gran Acuerdo Nacional por la Patria.
El presidente debe convocar, a líderes de partidos políticos con representación parlamentaria, a los presidentes de ambas cámaras y a los jefes de bancadas en senado y diputados. Una mesa política de alto nivel que, posteriormente, deberá ampliarse y socializarse con sectores y organizaciones diversas.
No se trata de reuniones simbólicas. Se trata de sentar a la mesa a quienes entienden que este es un momento decisivo, en el que el país debe evitar caer en una tormenta política que lo paralice justo cuando comienza a recuperarse.
El objetivo es uno solo: construir un espacio político superior al ruido interno, capaz de reencauzar el rumbo y reavivar la esperanza de que Bolivia puede superar la crisis y encaminarse hacia un nuevo Estado, lejos del socialismo y de sus fracasos estructurales.
No voy a detenerme en los ejes temáticos del acuerdo, esa agenda fue ampliamente debatida y encontró coincidencias suficientes.
Pero sí hay un espíritu que debe prevalecer y que no admite matices:
Aislar las corrientes conspirativas.
Neutralizar los apetitos personales.
Bloquear las estrategias incompatibles con el bienestar nacional.
Ese es el objetivo mayor. Ese es el antídoto frente a los conflictos internos que hoy nacen desde la propia vicepresidencia. Ese es el camino para blindar la gobernabilidad y darle al país la estabilidad que necesita.
Bolivia no puede ser rehén de ocurrencias individuales.
Bolivia necesita acuerdos, no incendios.
El gobierno debe reencauzar su estrategia, dialogar, negociar, ceder y lograr reconducir la política para no caer en el precipicio.
Consolidado el Gran Acuerdo Nacional por La Patria, el vicepresidente Lara tendrá que fijar posición clara: se sienta a remar o sigue conspirando y alentando la tormenta perfecta.
El tiempo de actuar es ahora.
Jaime Navarro Tardío
Político y ex Diputado Nacional.
